LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA
DEFINICION DE AMOR de L. Vaz de CAMÔES
I: TEXTO: Luís de Camôes: Rimas, Lisboa, Antonio Álvarez, 1621, f. 21r.
SONETO 81
Amor é um fogo que arde sem se ver;
É ferida que dói, e não se sente;
É um contentamento descontente;
É dor que desatina sem doer.
É um não querer mais que bem querer;
É um andar solitário entre a gente;
É nunca contentar-se e contente;
É um cuidar que ganha em se perder;
É querer estar preso por vontade;
É servir a quem vence, o vencedor;
É ter com quem nos mata, lealdade.
Mas como causar pode seu favor
Nos corações humanos amizade,
Se tão contrário a si é o mesmo Amor?
SONETO 81
Amor es fuego ardiente mas sin ver;
es herida que duele y no se siente;
es que un contentamiento descontente;
es dolor que enloquece sin doler.
Es un querer no más que bienquerer;
es andar solitario entre la gente;
es que nunca el contento me contente;
es un cuidar que gana con perder.
Es querer estar preso a voluntad;
es servir a quien vence, el vencedor;
tener a quien nos mata, lealtad.
Mas ¿cómo causar puede su favor
del corazón humano la amistad
si tan contrario a sí es el mismo Amor?
Traducción de Benjamín Valdivia
II: COMENTARIO - Ninguna pasión humana ha aportado tanto a la poesía occidental como el amor. Lo que acaso no sea más que una mera atracción física propia del instinto de conservación de la especie ha llegado a convertirse, en la humana, en uno de los motivos creativos más poderosos de nuestra historia, idealizada de tal modo que incluso suele desdeñarse su pulsión sexual originaria.
Así aparece ya el Amor en el primer gran poema lírico de nuestra cultura, los versos de Safo donde ya leemos al respecto cosas como que “un sutil / fuego en seguida me recorre por debajo de la piel” (“λέπτον / δ’αὔτικα χρῷ πῦρ ὐπαδεδρόμακεν”). El amor como fuego incapacitante, hielo también, sordera, parálisis, mudez… que deja al amante entregado a una voluntad ajena en la Lesbos griega del siglo VII a. C. 600 años después -¡6 siglos!- el poeta romano Catulo recoge en latín la misma idea -en realidad, el mismo poema- y vuelve a escribir “Un fuego corre por mis venas” (“tenuis sub artus / flamma demanat”) si bien añade un último toque de ironía, que acaso responda a los versos finales de Safo que no se han conservado, y cierra su texto con una mención al “otium”, que sitúa la imagen en su estricto ámbito literario, algo así como: “¡Qué cosas se le ocurren a uno cuando se aburre!”
Todavía habrán de pasar 1.400 años más -¡14 siglos!- para que volvamos a leer que el amor impide al enamorado, encendido, controlarse a sí mismo: “S’a mia voglia ardo, onde ’l pianto e lamento?” No hay ironía, sin embargo, en el texto de Petrarca, el soneto CXXXII de su Cancionero, sino que, por el contrario, los complejos efectos del amor se potencian mediante un recurso que va a hacer fortuna en la literatura europea, el oxímoron, es decir, la unión en un mismo sintagma de dos términos antitéticos, como hace en el verso 7, y no solo, por partida doble: “O viva morte, o diletoso male”.
La influencia del Cancionero de Petrarca en Europa no puede ser exagerada. Esta descripción de los efectos del amor a través de la acumulación de antítesis podemos hallarla de una forma mucho más compleja, redundante e íntima en el soneto que Lope de Vega escribe unos 250 años después precisamente con ese título, “Varios efectos del amor”, donde leemos, Soneto CXXVI de las Rimas de 1602: “Mostrarse alegre, triste, humilde, altivo” o “Beber veneno por licor suave”.
El poema que hoy comentamos aquí, escrito en portugués por el más grande poeta lírico de Portugal, Luís de Camôes, es, casi con seguridad, anterior al castellano y sigue más de cerca al italiano. Camôes parte de esa misma idea que ya hemos visto en Safo, Catulo y Petrarca, el amor como fuego, pero arranca de una primera antítesis “Amor é un fogo que arde sem se ver” y en esa misma dirección van a ir los diez versos siguientes hasta el final del primer terceto: “É ter con quem se mata, lealdade”. El último lo reserva para esa misma reflexión íntima que en el soneto de Petrarca ocupaba ambos. Vemos que, aunque el punto de partida común está claro, la voluntad innovadora de Camôes también es evidente. Su interés consiste en dar una nueva forma a la idea de que el Amor es una suma de contrarios que conmociona al amante. La maestría del poeta portugués va a consistir en su habilidad para construir esos diez versos centrales del poema utilizando otra figura retórica igualmente llamativa, la anáfora “É”, ampliada aún, de forma imperfecta, con el “um” del segundo cuarteto y de forma paralelística, con los tres infinitivos del primer terceto. Una rápida comparación con el soneto de Lope nos permite comprobar que ese esfuerzo por innovar a partir de un modelo de prestigio previo es similar en ambos casos, a pesar del resultado. Camôes opta por enumeración versal + anáfora, reduciendo la reflexión a la última estrofa mientras que, de forma más barroca, Lope utiliza una enumeración antitética mucho más amplia, reduciendo también aún más el colofón a solo el último verso. De este modo, a partir de una misma idea la plasmación poética es completamente distinta.
Otra comparación muy diferente es la que podemos hacer entre el soneto de Camôes y el texto similar, solo unas décadas posterior, de Francisco de Quevedo. El cambio del primer verso: “Es hielo abrasador, es fuego helado” coincide, acaso no por casualidad, con la estructura del verso final de Petrarca con su antítesis calor / frío: “et tremo a mezza state, ardendo il verno”, e incluso algunos versos originales de Camôes, como el bellísimo “é um andar solitário entre a gente”, apenas varían, incluso de posición, en el de Quevedo. Nos hallamos, pues, ante una atractiva versión, que pretende, tal vez, mejorar el original de Camôes. Un homenaje, en el mejor de los casos, a quien era en ese momento un egregio compatriota, por más que el poeta madrileño no deje constancia del original. Un magnífico plagio, más probablemente, en una época en la que plagiar era todavía un noble arte. [E. G.]