LAS 100 MEJORES POESÍAS DE LA LÍRICA EUROPEA

"CRUZ CRUZADA" del ARCIPRESTE DE HITA

    I: TEXTO Arcipreste de Hita: Libro de Buen Amor, ed. G. B. Gybbon-Monypenny, Castalia, 1989, pp. 133-134.

 

Mis ojos non verán luz

pues perdido he a Cruz.

 

 

Cruz cruzada, panadera,

tomé por entendedera:

tomé senda por carrera

commo faze el andaluz.

 

Coidando que la avría,

dixié lo a Ferrand Garçía

que troxiese la pletesía

e fuese pleités e duz.

 

Dixo me quel plazía de grado:

e fízo se de la Cruz privado.

A mí dio rrumiar salvado;

él comió el pan más duz.

 

Prometiól' por mi conssejo

trigo que tenía añejo;

e presentol un conejo

el traydor falso, marfúz.

 

Dios confonda menssajero

tan presto e tan ligero:

non medre Dios tal conejero,

que la caça ansí adúz.

 

    II: COMENTARIO: Hay una poesía gozosa, jovial, desprejuiciada, que canta las alegrías del cuerpo, el placer de estar vivo, las venturas cotidianas. Es una lírica para quienes nos acompañan, que no acentúa, en realidad, lo que uno siente dentro sino que vierte su vivencia hacia los otros; por eso, lo de menos es que se centre, como aquí, en algún infortunio, en una torpeza de tantas como nos sobrevienen con el paso de los días. Mejor aún, incluso, porque se canta para que los demás sonrían, para divertirse con ellos incluso riéndose de uno mismo, porque lo importante es estar aquí, vivo, con ellos, disfrutando de su compañía, sin tomarse demasiado en serio lo que nos ocurre, que es, al fin y al cabo, lo que le pasa a cualquiera, que solo nos causa preocupación poco más que ese día y que solo lo vamos a recordar como una buena excusa para una canción y una sonrisa.

    “Yo, que me pensaba ligar a esa buena moza, y va el cabrón de mi colega y me la levanta, además con los propios regalos que yo le daba. ¡Será posible semejante sinvergonzonada!” Si alguien piensa que el Arcipreste se está lamentando por la ocasión perdida es que no ha entendido nada. Si en algún momento sufrió por su empresa fracasada, ya había dejado de hacerlo cuando decidió convertirla en un poema. Para entonces, de aquella frustración ya solo quedaba algo así como: “Pero, ¿se puede ser más tonto?” El poeta, si alguna vez amó, quiere ahora reírse de aquella aventurilla, y dar ocasión a sus compañeros, y a quienes le lean, de unirse a su risa en este poema. ¡Qué excusa mejor para unas coplas!

    La forma que elige el Arcipreste, el zéjel, es andalusí, como corresponde a un escritor que conoce de primera mano la tradición poética de unas tierras, el sur de la península ibérica, que habían sido durante más de cinco siglos musulmanas. Hemos de imaginar este poema con una música que hoy no conservamos ni conocemos, no necesariamente suya, tal vez alguna melodía bien conocida entonces, que permitía a los oyentes reconocerla enseguida. Alguien, el propio Juan Ruiz, entonaría el estribillo, un pareado sonoro con su violenta rima aguda en -ú y sorprendente por esa imagen de la Cruz casi blasfema, a un mismo tiempo erótica y religiosa. “He perdido a Cruz” o “He perdido la Cruz”, es decir, no veré “la luz (del amor)” o “la Luz (de la Salvación)”. La buscada confusión del estribillo solo pretende, en realidad, provocar la sonrisa del oyente en la inmediata mudanza: Cruz es una panadera y el poema cuenta un lance de amor por esta joven.

    El zéjel está pensado para el canto coral. Cada mudanza de tres versos monorrimos va destejiendo la historia del engaño y termina con un verso de vuelta que recuerda la rima del estribillo y avisa de su repetición. El público, que va enterándose poco a poco del fiasco amoroso del poeta, desconoce cómo acaba la historia pero sabe el momento preciso en que debe intervenir, volviendo a cantar, en coro, ese estribillo cómico y provocativo. Letra y música se acompasan para que la canción resulte un festejo compartido, una celebración humorística de las cómicas desventuras de este clérigo tan incompetente en sus quehaceres lúbricos.

    Reírse de uno mismo es una forma segura de hacer afluir la sonrisa. Y hacer reír, en general, puede ser un buen destino para la poesía. No estamos habituados a conceder un papel estelar al humor en la historia de nuestra cultura; sin embargo, no resulta difícil destacar un largo y selecto elenco de gran literatura humorística en la civilización occidental en general y en la cultura europea en concreto. Poco más que hacer reír es la función principal de obras seminales como Las nubes de Aristófanes o el Gorgojo de Plauto, y en la misma línea se hallan muchos poemas de Catulo o los Epigramas de Marcial. De la comedia antigua proceden las escenas cómicas del Dulcitius de Hroswitha o El avaro entero de Molière, sin olvidar los juegos lingüísticos más sofisticados del Ernest de Wilde. El propio Quijote, la primer gran novela europea, fue concebido como un texto humorístico, y así lo entendió y lo imitó, a su manera, Sterne en su Tristram Shandy. Risa es lo que nos ofrecen Quevedo con su Don Pablos y Hašek con su Švejk. Provocar la sonrisa, la risa, la carcajada, es uno de los más dignos fines de la literatura. Dejamos constancia de ello hoy en estos despreocupados versos de un clérigo castellano del siglo XIV. [E. G.]