ANTOLOGÍA DE LÍRICA INTELECTUAL BARROCA

 

    Teniendo en cuenta lo evidente que desde el principio había sido la nómina de los poetas que debían formar parte de esta Antología de poesía barroca, resulta aún más llamativo la enorme dificultad a la que nos hemos enfrentado para elegir una denominación que los englobara. Tras desechar adjetivos solo en apariencia obvios como “conceptista” o “metafísica” y otros acaso demasiado pretenciosos como “filosófica”, inexactos como “espiritual” o demasiado parciales como “mística”, hemos optado finalmente por “intelectual”, considerando esta desginación la que mejor representa el tipo de poesía que interesaba a los escritores barrocos aquí reunidos.

    La obviedad de denominaciones como “lírica conceptista” o “lírica metafísica” proviene de que ambos membretes existen ya y están firmemente asentados en las historias de la literatura castellana e inglesa respectivamente. Este hecho no es en sí un problema pero sí lo es lo poco acertadas que resultan incluso en esos mismos ámbitos en los que se han generalizado. Llamar “conceptista” a la poesía de Quevedo implica pasar por alto que toda la lírica barroca europea es “conceptista” por definición. La literatura barroca se basa en el uso de los “concetti”, relaciones inesperadas y atractivas entre ideas dispares expresadas de forma original y llamativa por escritores ingeniosos. De hecho, como ya entendió muy bien Gracián, el más conceptista de los poetas españoles del siglo XVII había sido Góngora. En cuanto a la “poesía metafísica” inglesa, baste recordar que esa terminología no es de la época sino del siglo XVIII y que, en realidad, no se ha impuesto hasta el siglo XX, cuando otros poetas anglosajones como T. S. Eliot, buscaban en la tradición “nacional” antecedentes para su modelo poético propio. En nuestro caso, sabemos que Huygens admiraba y tradujo a Donne y podemos aceptar que los sonetos de Sęp Szarzyński y la poesía mística de  Silesius  aceptarían bien esa denominación. Sin embargo, el neoestoicismo de Quevedo tiene muy poco que ver con la espiritualidad de Donne e incluso la propia lírica de Huygens –mucho más aún la de Gryphius- carece de las pretensiones trascendentales que caracterizan a lo hoy más valorado del poeta inglés.

    El adjetivo “intelectual”, por su parte, además de aludir de una forma más genérica a un tipo de poesía interesada por el contenido ideológico –moral, filosófico, teológico, místico...- de los poemas, permite también establecer una diferencia clara con el otro estilo barroco, que podríamos haber denominado “sensual”. En realidad, el Barroco desarrolla un estilo literario único, muy homogéneo y más inmediato en el tiempo en todas las regiones europeas que el propio Renacimiento. Pero ese estilo está caracterizado de forma uniforme por rasgos sobre todo formales, no temáticos, vinculados a una determinada utilización de la lengua poética, al gusto por el asombro, por “la maravilla”. En esto Donne no es diferente de Marino ni Quevedo de Góngora. Sin embargo, el inmenso éxito de la poesía de Marino, concebida como un puro juego formal, y la difusión del “marinismo” por toda Europa generalizaron el gusto por una poesía efectista liberada de preocupaciones intelectuales, centrada sobre todo en los fuegos de artificio del lenguaje.

    Sin duda hubiera sido lo más acertado en esta Historia de la Literatura Europea incluir una antología de lírica marinista y solo los gustos del antólogo, y acaso también sus prejuicios, le han dirigido hacia estos otros autores que, sirviéndose de los mismos rasgos formales que los anteriores, aplicaron su esfuerzo creativo al desarrollo literario de una serie de temas, por otra parte también característicos de la época barroca, más cercanos a su gusto personal.

    Por último, podría parecer que el término “intelectual” no conviene a una antología donde uno de los poetas recogidos, Ángelus Silesius, es específicamente “místico”. Pero los dísticos de Silesius no remiten a la lírica afectiva de origen amoroso propia de San Juan de la Cruz; se trata de una poesía controlada también por el intelecto, que se empeña en la aplicación de una lógica abstracta de origen racional como forma de acercarse a Dios.

    Aunque la mayor parte de estos poetas escriben a partir de sus más íntimas creencias, no hallamos esas diferencias significativas entre católicos y protestantes que se han venido resaltando normalmente. En esta antología hemos recogido a un escritor de fe profundamente católica como Quevedo junto a un luterano convencido como Gryphius y un político calvinista, Huygens, poco interesado en cuestiones religiosas. Pero, sobre todo, hallamos a devotos católicos convertidos al anglicanismo como John Donne junto a intelectuales de educación luterana convertidos al catolicismo como Sęp Szarzyński y Silesius. El Barroco no parece tanto una cuestión religiosa como estética y su difusión por Europa se presenta homogénea, como la del resto de los movimientos culturales de nuestra historia común.

    En cuanto a los poetas antologados poco hay que decir, pues cada uno de ellos está considerado entre los mejores líricos de la historia de sus respectivas literaturas nacionales. Organizados en esta como en las otras antologías, por fecha de nacimiento, tal vez el más atractivo sea el primero, el polaco Mikołaj Sęp Szarzyński, de vida y obra excepcionalmente breves. Su trayectoria vital nos muestra la rapidez con que se llevan a cabo las transiciones entre etapas culturales una vez que el movimiento se ha generalizado a partir del núcleo originario: su poesía presenta rasgos plenamente barrocos en una época, hacia 1575, en la que el principal representante e introductor del Renacimiento en Polonia, Kochanowski, seguía vivo. Comprobamos así esa ley de la cultura europea según la cual en las regiones donde más tarde se adopta un determinado movimiento cultural, antes se desarrolla y se impone el siguiente.

    En cuanto a los demás, Quevedo, Huygens, Donne y Gryphius comparten características muy similares que muestran esa homogeneidad del Barroco europeo. En los cuatro –como en Sęp Szarzyński, por otra parte- es trascendental el peso de su formación grecolatina. Quevedo y Huygens son, sobre todo, hombres de estado entregados a la vida pública. La poesía es, para ellos, el lugar de sus ocios pero también de sus relaciones públicas, de sus desahogos y de su intimidad. También Donne, como deán de San Pablo, ocupaba un cargo público y gozó de cierto éxito social pero en él el contenido religioso y moral es mucho mayor que en los dos anteriores, lo cual le acerca a Silesius en su voluntad de imponer una renovación espiritual en sus lectores. Fían ambos el éxito a su estilo, más aún que a la profundidad de sus ideas. En este sentido ambos se encuentran más cercanos a Sęp Szarzyński. Gryphius y Huygens, en cambio, carecen de ese apasionamiento religioso. Su lírica es, sobre todo, una cuestión de estilo, una opción estética desentendida de lo banal pero que no aspira a la trascendencia. Por eso en ellos la literatura deja lugar a otro tipo de obras, musicales en el caso del holandés y dramáticas en el del alemán. [E. G.]

 

MIKOŁAJ SĘP SZARZYŃSKI

JOHN DONNE

FRANCISCO DE QUEVEDO

CONSTANTIJN HUYGENS

ANDREAS GRYPHIUS

ANGELUS SILESIUS