LORCA: FULGOR Y MUERTE DE UN GRAN CREADOR
Para Patricia Urraca, que ama tanto a Lorca.
Normalmente, el paso del tiempo sofoca y trivializa las pasiones que animaron la escritura de los grandes autores y, en sentido contrario, destaca con mayor nitidez las verdaderas proporciones de sus mejores obras. No es el caso de Federico García Lorca. Ochenta años no han bastado para reducir a sus dimensiones meramente humanas la biografía de García Lorca y aún hoy cualquier acercamiento a su producción literaria sigue contaminado por la imagen mítica que aureola desde agosto de 1936 a su creador. El asesinato de Lorca hizo de él de inmediato un símbolo de la barbarie fascista; después, el peculiar rumbo de la historia de España y el férreo control del legado del poeta por parte de su familia siguieron condicionando durante décadas la interpretación de su biografía y de su literatura.
Federico García Lorca nació en 1898 en el seno de una familia acomodada y progresista de Granada. Atraído desde niño por el arte, sobre todo la música, su familia le facilitó una formación liberal y elitista. Comenzó a estudiar Derecho en Granada, de donde se trasladó a la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1919. La Residencia, recientemente creada, era en esos momentos la institución educativa más avanzada y europeísta de España. Allí, Lorca, poco interesado en sus estudios, pudo consagrarse a la creación artística junto con otros jóvenes de su misma condición social algunos de los cuales entablaría una especial relación íntima, sobre todo el aragonés Luis Buñuel y el catalán Salvador Dalí. Aunque en España, durante los años de la I Guerra Mundial, los movimientos vanguardistas se desarrollaron de forma muy limitada, la modernidad educativa de la Residencia de Estudiantes favoreció que estos jóvenes artistas llegaran a convertirse en la principal aportación española a la renovación estética europea del primer tercio del siglo XX. De hecho, tanto Buñuel como Dalí destacarán a finales de los años 20 entre los miembros de la vanguardia surrealista parisina tanto en el cine como en la pintura.
Los inicios literarios de Federico García Lorca, más allá de los primeros poemarios de juventud, están ligados al neotradicionalismo, muy influido, en su caso, por la relación artística que mantuvo con Manuel de Falla. Falla era, en los años 20, el músico español de mayor prestigio en Europa y, tras el gran éxito de El sombrero de tres picos (1919), acababa de trasladar su residencia a Granada, donde modernizó el mundo cultural de la ciudad junto a otros intelectuales entre los que se encontraba Lorca. Con él Falla organizó en 1922 el Primer Concurso de Cante Jondo, para recuperar y revitalizar la música popular andaluza, y también colaboró con el poeta en la puesta en escena de algunos de sus primeros ensayos dramáticos. De esta época son buena parte de los poemas que mucho después Lorca publicará con el título de Poema del cante jondo y esa misma influencia popular andaluza puede hallarse también en su Primer romancero gitano, de 1928. Este neotradicionalismo de Lorca –“nacionalismo musical”, en el caso de Falla- pretendía remozar la tradición más puramente española incorporando algunas de las innovaciones técnicas de la modernidad pero sin llegar a la ruptura que preconizaban las Vanguardias.
El éxito popular de Lorca fue inmenso pero no lo fue tanto en los medios culturales más sofisticados en los que él mismo se movía. De hecho, incluso hubo de soportar el rechazo de sus compañeros más cercanos, Dalí y Lorca, mucho más radicales en sus concepciones artísticas, y una cierta condescendencia general que lo relegaba al estatus de escritor “regionalista”. Esta doble decepción, estética e íntima, junto con problemas relacionados con su homosexualidad y su amor por Emilio Aladrén, desembocaron en una profunda crisis personal hacia 1928. Buscando rehacer su vida y su carrera literaria, Lorca sale de España hacia EE.UU. al año siguiente para una estancia profesional que se prolongará a lo largo de un año en Nueva York, Vermont y Cuba.
Ya durante el viaje comienza a escribir Poeta en Nueva York, un poemario surrealista con el que Lorca pretendía alzarse a la altura de la lirica vanguardista europea más exigente y, al mismo tiempo, competir con El perro andaluz, la gran película surrealista que había hecho famosos a Buñuel y Dalí en París ese mismo año 29. Poeta en Nueva York estaba destinado a convertirse en un gran hito de la nueva poesía española como lo había sido el Diario de un poeta reciencasado de Juan Ramón Jiménez, el maestro de Lorca, quince años antes. Sin embargo, la edición del poemario solo estuvo preparada en 1936, y la muerte del autor todavía retrasó más su publicación, hasta 1940. Para entonces, el Surrealismo ya había producido un conjunto memorable de obras poéticas en castellano y, además, los acontecimientos históricos hacían de este gran proyecto de Lorca una obra en cierto modo anacrónica.
Por otra parte, durante los primeros años de la década de los 30, Lorca había dejado a un lado la poesía lírica para centrarse en el teatro, género por el que había sentido interés desde su juventud sin demasiada fortuna. Solo Mariana Pineda, un drama historicista de 1927, le había proporcionado cierta notoriedad. La llegada de la República en 1931 favoreció este nuevo giro en la carrera literaria de Lorca. Identificado con el interés cultural republicano por mejorar el nivel cultural del campo español, Lorca se compromete con el proyecto universitario de La Barraca, que se dedicó a difundir por toda la geografía española el mejor teatro clásico español. Esto llevó a Lorca a profundizar aún más en la literatura castellana, en una línea similar a la del “neotradicionalismo” de la década anterior. La creación dramática de Lorca durante esos años 30 va a consistir sobre todo en la escritura de una serie de dramas de corte clásicista situados en el mundo rural: Bodas de sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). Su éxito de público y de crítica convirtió a Federico García Lorca en el autor de teatro de más prestigio de la década. Se trata de un grupo de obras de una homogeneidad y un rigor estilístico máximo, en las que los elementos más renovadores del lenguaje poético moderno aparecen perfectamente integrados en una estructura clasicista de una grandeza comparable al mejor teatro de la época como La Guerra de Troya no tendrá lugar de Giraudoux o Madre Coraje y sus hijos de Brecht.
A principios de 1936 Lorca se encontraba en la cima de su éxito pero su triunfo como dramaturgo, no le impidió seguir depurando su estilo poético. Sin embargo, Divan del Tamarit, de 1934, un magnífico homenaje a los poetas arábigoandaluces, no llegó a publicarse y los Sonetos del amor oscuro, que mostraban la maestría del autor en el uso de las formas clásicas, permanecieron secuestrados por la familia de Lorca hasta 50 años después de su muerte por desarrollar una temática amorosa de fuerte carga homosexual.
Cuando se produjo la sublevación militar, Lorca se hallaba en Granada. En un primer momento el poeta no fue molestado pero, fracasado el golpe de estado, la locura asesina que se desencadenó durante el mes de agosto, se llevó por delante, a los 38 años, al que en ese momento era el más famoso dramaturgo español, justo cuando había conseguido encontrar su más puro y personal estilo literario. [E. G.]
PRINCIPALES OBRAS
Romancero gitano (1928), lírica.
Poema del cante jondo (1931), lírica.
Bodas de sangre (1933), drama.
Yerma (1934), drama.
La casa de Bernarda Alba (1936), tragedia.
Poeta en Nueva York (1940), lírica.
Divan del Tamarit (1940), lírica.
Sonetos del amor oscuro (1983), lírica.