VALLE-INCLÁN: DEL TRADICIONALISMO A LA VANGUARDIA

 

    La vida y la obra de Ramón Valle y Peña ponen de manifiesto hasta qué punto los intelectuales europeos de principios del siglo XX, educados en categorías ideológicas heredadas del Romanticismo decimonónico, fueron incapaces de insertarse plenamente y de interactuar de una forma coherente con las profundas transformaciones de la cultura occidental del primer tercio del nuevo siglo. Ramón María del Vallé-Inclán, que así decidió llamarse, de forma arbitraria, nuestro escritor, fue un español del siglo XIX formado en el conflicto básico que condicionó la historia de Europa en el paso de la Edad Moderna a la Contemporánea: la consolidación de la sociedad burguesa, que en España se había concretado en el enfrentamiento ideológico entre carlistas y liberales. El hecho de que Valle-Inclán fuera, a principios del siglo XX, de una forma pintorescamente anacrónica, un escritor de profundas convicciones carlistas, colocará su figura al margen de la líneas de pensamiento más propias del momento pero muy cercana, de forma paradójica, a algunos de los planteamientos más radicales del nuevo mundo surgido de la Primera Guerra Mundial.

    Valle-Inclán había nacido en Galicia en 1866 en una familia de clase media venida a menos, en uno de los rincones más atrasados de un país, España, ya de por sí retrasado en relación a Europa. Pésimo estudiante de Derecho en Santiago de Compostela, su formación intelectual fue superficial e irrelevante, ya que ni terminó sus estudios ni se sirvió de ellos profesionalmente. De la misma manera, sus comienzos literarios carecen de solidez y continuidad: durante unos años malvive como periodista ocasional en Madrid y en México, publica algún cuento de poca relevancia a la manera de D´Annunzio y se convierte en una figura excéntrica y pintoresca del Madrid finisecular. Solo su vinculación con Rubén Darío, el gran promotor del Modernismo hispánico, ya a finales del siglo, le da una cierta notoriedad literaria.

    Valle-Inclán asume la estética del Modernismo, versión hispana del Simbolismo europeo, como forma de consolidar estéticamente su rechazo ideológico a la sociedad burguesa, al Realismo y a la democracia representativa. Por esa misma razón, en política Valle-Inclán va a ser el principal valedor artístico del carlismo, que venía representando ese mismo rechazo en la sociedad española desde la primera mitad del siglo XIX. La vinculación de Valle-Inclán con el carlismo es, pues, esencial para interpretar su visión del mundo y su acercamiento a la realidad de la época. Y el anacronismo que supone esa ideología en el mundo profundamente revolucionario europeo del primer tercio del siglo XX explica la desorientación que provoca en cualquier lector el acercamiento a este escritor tan renovador como arcaizante.

    Literariamente, Valle-Inclán no comienza a tener una voz propia reconocible hasta sus Sonatas (1902-1905), una tetralogía centrada en el mundo aristocrático y decadente del siglo XIX, que representa lo mejor de la prosa modernista castellana de su época. El reconocimiento que llega a alcanzar con estas obras y con su trilogía de La guerra carlista, así como su vinculación al mundo del teatro gracias a su matrimonio con la actriz Josefina Blanco, le permiten dar forma a dos importantes piezas dramáticas, muy adelantadas a su época, las dos primeras “comedias bárbaras”: Águila de Blasón (1907) y, sobre todo, Romance de lobos (1908). De este modo, con sus argumentos basados en un mundo primitivo y reaccionario y su magnífico uso de un estilo personal novedoso y antirrealista, la prosa y el teatro de Valle-Inclán alcanzaron en esa primera década del siglo XX un gran prestigio entre sus contemporáneos y lo colocaron a la cabeza, con sus ya más de 40 años, de la juventud modernista que deseaba renovar de forma profunda la literatura castellana.

    Sin embargo, durante los años cruciales de la Primera Guerra Mundial el estilo literario de Valle-Inclán se estanca en una serie de obras propagandísticas como Voces de gesta (1911), al mismo tiempo que él intenta hacer de su propia vida un ideal de artista antiguo, retornado a la naturaleza y ajeno al mundo moderno. Va a ser su contacto con el conflicto bélico durante 1916 como corresponsal de guerra lo que va a cambiar radicalmente su estilo, dirigiéndolo hacia una nueva forma de renovación estética en la línea más revolucionaria de las vanguardias europeas.

    A partir de ese año y en consonancia con un nuevo giro en su biografía, que le devuelve a Madrid como catedrático de Estética, comienza a dar a la imprenta una nueva serie de obras maestras que van a cambiar por completo la historia de la literatura castellana. En primer lugar, publica Divinas palabras (1919) y poco después la más famosa de sus obras dramáticas, Luces de bohemia (1920). Por fin, de 1922 es la tercera, mejor y más vanguardista de sus “comedias bárbaras”, Cara de plata, donde el mundo rural gallego de las dos anteriores se ve sometido a una deformación estética y lingüística genial que convierte a la obra en la más acertada adaptación de la dramaturgia shakespeariana al teatro europeo del primer tercio del siglo XX. De este modo, Valle-Inclán da forma a todo un subgénero teatral, que él llama “esperpento”, y que viene a ser la aportación hispánica a la corriente vanguardista del expresionismo. Pero donde mejor se manifiesta la profunda revolución dramática que implica el esperpento y la radicalidad estética e intelectual del autor es en su dos obras maestras de piezas cortas: el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927) y Martes de Carnaval (1930).

    Gracias a estas producciones literarias, que convirtieron al autor, de 60 años, en el más radical y novedoso de los artistas consagrados españoles, y, más aún, a las radicales posiciones políticas del autor, con su rechazo frontal al régimen del general Primo de Rivera, Valle-Inclán se convirtió en una especie de guía intelectual para toda la juventud renovadora de la Generación del 27.

    Resulta a la vez llamativo e ilustrador de la profunda confusión ideológica de esta época que Valle, casi al mismo tiempo, fuera Caballero de la Legitimidad Proscrita, por nombramiento del pretendiente carlista, y uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, o que, habiendo sido honrado por el gobierno republicano con un cargo en Roma para sacarlo de la miseria crónica en la que vivía, ese mismo gobierno lo devolviera rápidamente a España por sus elogios del gobierno fascista de Mussolini.

    Por esa misma época, tras la publicación de su novela de tema hispanoamericano Tirano Banderas (1926), Valle-Inclán se entregó a su último gran proyecto, una amplia serie de novelas históricas, con el nombre de El ruedo ibérico (1927-1932), dedicadas a satirizar el régimen liberal de Isabel II, que dejó incompleta tras publicar solo tres de ellas. La muerte del autor en Santiago de Compostela a principios de 1936 y el chusco y significativo enfrentamiento entre carlistas y republicanos durante su agonía, pusieron un acaso apropiado colofón a la pintoresca vida de este gran escritor europeo. [E. G.]

 

PRINCIPALES OBRAS

    Sonata de otoño. (1902), novela.

    Romance de lobos. (1908), teatro.

    La lámpara maravillosa. (1916), ensayo.

    Divinas palabras. (1919), teatro.

    La pipa de kif (1919), poesía.

    Luces de bohemia. (1920), teatro.

    Cara de Plata. (1922), teatro.

    Tirano Banderas. (1926), novela.

    Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. (1927) teatro.

    Martes de Carnaval. (1930), teatro.

    El ruedo ibérico. (1927-1932), novela.