EDAD MEDIA CENTRAL: EL ESPLENDOR MEDIEVAL EUROPEO
En torno a los siglos XII - XIV podemos situar una especie de cultura medieval europea definitiva, “clásica”, si entendemos por ello una serie de rasgos esenciales que definirían el concepto de “Edad Media” de forma intuitiva y general.
El mundo europeo, en esos siglos, presenta una estructura política, artística y espiritual fuertemente cohesionada y netamente diferenciada de otras culturas limítrofes. Además, por vez primera desde Carlomagno, Europa es capaz de medirse de igual a igual con culturas en muchos sentidos superiores como la islámica o la bizantina, aunque, y, este es otro de los rasgos definitorios de la época, por su parte no muestre ningún tipo de superioridad frente a ellas.
Pese a lo que pudieran dar a entender las historias tradicionales de la Edad Media, en los albores del siglo XII la mayor parte del continente configura una unidad cultural sólida y estable. Ahora bien, esta unidad cuajó definitivamente en torno a una notable pluralidad administrativa, de manera que Europa presenta como rasgo esencial una constitución basada en un mosaico regional de poderes políticos más o menos autónomos y más o menos poderosos que dan al mismo tiempo identidad y complejidad a nuestra cultura. En todo caso, por encima de esa diversidad regional, la unidad cultural se impuso sin dificultades. Así, cuando el Papado impulse el gran movimiento militar de las cruzadas, todas las regiones de Europa van a participar de una forma u otra en ellas, entendiendo que se trataba de un esfuerzo común.
Más allá de esa fragmentación administrativa, en realidad la estructura política de Europa en esa etapa central de la Edad Media resulta soprendentemente homogénea. El feudalismo, vinculado a las relaciones de vasallaje, se impone como forma de organización política no solo en el centro de Europa, en las tierras del Rin donde dispuso de más tiempo y estabilidad política para perfeccionarse, sino en toda la periferia, incluyendo los nuevos territorios europeos arrebatados a los musulmanes en el sur de Hispania, las islas británicas sometidas a la conquista normanda o los nuevos reinos de reciente cristianización como Hungría o los estados de Escandinavia.
En un momento en que la idea del Imperio carece de implicaciones políticas definitorias, todo este proceso no hubiera sido posible sin la inmensa influencia del otro gran modelo unitario que había sobrevivido desde la época del Imperio Romano, el cristianismo católico de sede romana. La supervivencia de este foco de unidad espiritual fue básico no solo como referente en el imaginario colectivo de Europa sino también en el establecimiento de estas bases administrativas descentralizadas a las que nos venimos refiriendo. Es fundamental el papel del Papado, por ejemplo, en la creación y consolidación de poderes políticos fuertes e independientes de los núcleos centrales en regiones de tanta importancia para el futuro de Europa como Hungría y Polonia frente al Imperio y Aragón o Inglaterra frente a Francia. De este modo, el éxito de la Primera Cruzada, que consiguió mover a un inmenso contingente bélico sin una jerarquía política ni militar centralizada, en torno a una ideología religiosa dirigida desde Roma, fue el hito fundamental y más significativo de este periodo.
La influencia de la Iglesia romana resulta básica también para explicar la rapidez y la generalización de otros procesos, sobre todo el que tal vez sea el más importante desde el punto de vista cultural, la simultánea y sistemática proliferación de grandes universidades europeas. En todos los casos, el impulso es compartido entre el Papado, que va a servirse de las instituciones universitarias para su intereses de homogeneización y control espiritual, y los poderes políticos regionales, que colaboran, cada uno en su espacio, en la configuración de un proyecto que no por ser multiforme y descentralizado deja de ser común. En este mismo sentido, la expansión del Císter, paralela a la que en el periodo anterior había supuesto la de Cluny, aunque más limitada, en la medida en que se vinculó de forma más específica a la vida religiosa monacal, también tuvo gran importancia en la cultura común, sobre todo en el paso general de la arquitectura románica al gótico.
Desde un punto de vista específicamente literario, esta Edad Media Central se caracteriza, sobre todo, por la difusión de una serie de modelos comunes que también habían llegado a codificarse al final de la época anterior y en estas décadas van a generalizarse por toda Europa. Por un lado están las narraciones en verso y en prosa derivadas de los desarrollos de los cantares de gesta, entre los que se van a imponer los que tienen que ver con las mitologías franca de Roldán y britana de Arturo. En el campo de la poesía lírica, se establecen una serie de cánones poéticos basados, sobre todo, en la adaptación a los gustos cultos de técnicas y motivos procedentes de la lírica popular, dando lugar a las impresionantes líricas provenzal, gallega o renana, sin que podamos olvidar las vinculaciones de esta lírica con la poesía de los goliardos en lengua latina. Y también añadiremos la gran influencia de toda una serie de relatos cortos de intención moralizante que, provenientes de zonas limítrofes con el Islam como Castilla o Sicilia, se difundieron por toda Europa en traducciones latinas que después se fueron romanceando en las diferentes lenguas regionales.
Este último punto nos pone de nuevo en contacto con la trascendencia cultural que tuvo la homogeneidad espiritual europea, esta vez en el campo de la literatura. El hecho de que las grandes órdenes monásticas de reciente creación, como los dominicos y los franciscanos, que se extendieron de inmediato por toda Europa, utilizaran sobre todo la predicación popular como método de difusión de su mensaje, fue trascendental para el desarrollo tanto de los géneros didácticos en latín y en romance como esos géneros narrativos cortos en prosa de tradición oriental.
Esta fase homogénea y estable de la Edad Media, que hemos llamado aquí “central” puede prolongarse hasta mediados del siglo XIV. Para entonces varios de sus condicionantes habían variado sustancialmente en relación con el XII. Por un lado, la posición de preeminencia que había mantenido el Papado sobre los poderes políticos regionales había desaparecido y por el contrario, reinos como Francia, Aragón o Inglaterra habían adquirido un poder tan grande que la colaboración en proyectos comunes fue sustituida por enfrentamientos directos entre ellos. Además, la aparición en Italia, a principios del siglo XIV, de un movimiento cultural, el Humanismo, que intentaba enlazar directamente con un pasado lejano, prescindiendo y denigrando los modelos directos de esta época medieval “clásica”, creó el caldo de cultivo para que en la segunda mitad del siglo XIV los esfuerzos culturales se fueran orientando hacia una renovación apoyada en los nuevos valores que darán lugar al Renacimiento. [E. G.]