ROMANTICISMO: LOS ORÍGENES DE LA CONTEMPORANEIDAD
El Romanticismo se manifiesta en la cultura europea como una reacción a las tendencias uniformizadoras de la cultura afrancesada del siglo XVIII, basadas en el predominio de la Razón. Se origina, por lo tanto, en ámbitos alejados de los núcleos más desarrollados de la cultura ilustrada y su triunfo solo tiene lugar ya a finales del Siglo de las Luces, tras la superación de estos modelos imperantes anteriores. Es cierto que uno de los teóricos de la exaltación de los sentimientos fue una persona muy vinculada a la cultura francesa de la segunda mitad del siglo, Jean-Jacques Rousseau, pero su pensamiento no llegó a penetrar en los circuitos culturales establecidos de una forma profunda sino más bien como una moda superficial que se adaptó de inmediato a los modelos neoclásicos –pastoriles, didácticos...- que triunfaban en los medios ilustrados. La nueva etapa cultural conocida como Romanticismo a finales de siglo tendrá en cuenta esas ideas innovadoras de Rousseau pero habrá de organizar todo su nuevo modelo estético de sustitución al margen de las formas rápidamente anticuadas utilizadas por el ginebrino.
De este modo, la renovación cultural romántica se origina en ambientes en los que la presión de Neoclasicismo había sido menor o más superficial, como Gran Bretaña o Alemania. Por otra parte, sus orígenes, previos a la Revolución Francesa, hubieron de acomodarse sobre la marcha a la inmensa repercusión histórica de los cambios políticos e ideológicos acontecidos en Francia y, sobre todo, a las posteriores guerras napoleónicas. Hay que tener en cuenta que la transformación de la cultura europea fue radical a finales del siglo XVIII provocando el paso de la Edad Moderna a la Contemporánea. Las ideas estéticas renovadoras de la época, es decir, el Romanticismo, como suele suceder, se anticiparon a los acontecimientos históricos pero de inmediato se vieron moduladas por estos.
El Romanticismo, que comienza como una mera reivindicación de los sentimientos, se impone definitivamente antes de que acabe el siglo como una apología del depositario de esos sentimientos, el individuo. Mientras que la Razón, tal y como propugnaba la propia Ilustración, se presentaba como motor y garante de la organización social, el predominio del Sentimiento va a reivindicar la preeminencia del Individuo y con ella, en el terreno artístico, el rechazo de las normas, concebidas como convenciones impuestas por la sociedad al individuo.
De inmediato, este prejuicio a favor del individuo va a conectar con movimientos políticos potenciados por las guerras napoleónicas a favor de la “individualidad colectiva”. Por un lado, se va a insistir en la unidad nacional de países fragmentados, como Alemania o Italia, y por otro, en la fragmentación, también nacional, de grandes bloques estatales como Austria o Rusia. En ambos casos, el proceso es similar, vinculado siempre al auge del nacionalismo: se rechaza el imperio de normas comunes a toda la cultura europea para insistir en la primacía de la individualidad creadora –más como teoría que como práctica- y, sobre todo, en el prestigio de normas localmente comunes surgidas de un supuesto “genio nacional”.
De este modo, por vez primera en la historia de la cultura europea, el punto de partida del nuevo modelo cultural renunciaba, al menos en teoría, a la búsqueda de pautas comunes para la elaboración de las manifestaciones artísticas de todo el continente. Es el comienzo de la Etapa Disolvente.
Es cierto que los poetas van a invocar su derecho a la originalidad y el individualismo pero, a la hora de la verdad, ese individualismo no va a ir más allá de la imitación de modelos de prestigio, como venía sucediendo en todos los periodos de la cultura europea desde la Edad Media. El caso más llamativo y en ciertos casos hasta ridículo es la inmensa presión imitativa que la figura de Lord Byron ejerció sobre los principales poetas líricos de todas las lenguas europeas, no solo en su forma de escribir sino incluso en su vida privada.
Históricamente, el Romanticismo ha sido un movimiento cultural de una importancia enorme por tres causas. En primer lugar, por la profunda ruptura que llegó a suponer en relación con el pasado inmediatamente anterior; en segundo, por la perfecta conjunción que mantuvo con los cambios políticos y sociales de su época, en lo cual admite una comparación directa con el Renacimiento del siglo XVI; por último, por su prolongada extensión en el tiempo. Téngase en cuenta, en relación con esto último, que las ideas básicas del Romanticismo se prolongaron a lo largo de todo el siglo XIX, de forma más o menos cuestionada, y se hallan en la base no solo del Simbolismo de finales de siglo sino de la propia Vanguardia. [E. G.]