EL ABANICO DE LADY WINDERMERE: MÁS QUE UNA COMEDIA
Durante tres años justos, entre febrero de 1892 y el mismo mes de 1895, Óscar Wilde fue el dramaturgo de mayor éxito y más de moda en los escenarios londinenses gracias a las cuatro piezas de teatro que todavía hoy cimentan buena parte de su prestigio literario: El abanico de lady Windermere, Una mujer sin importancia, Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernest. En la actualidad suele ser esta última, llevada a los escenarios justo antes del proceso judicial que en abril de ese aciago 1895 sentaría al autor en el banquillo y acabaría con su prestigio, con su posición, con su familia, con su salud y, en poco tiempo, con su vida, la que se considera su obra maestra. Tal vez haya que reconocer que como ejemplo máximo de las posibilidades artísticas de su lenguaje, esa fama de La importancia de llamarse Ernest está justificada. Sin embargo, para la historia del teatro europeo resultan más interesantes las tres “comedias de salón” anteriores, donde las sutilezas epigramáticas de la conversación aparecen todavía contenidas por la necesidad del autor de ganarse el favor del público. La última pieza de teatro de Wilde es un punto de llegada en la evolución del teatro comercial de la época y el teatro vanguardista, unica alternativa posible a ese callejón sin salida, no tuvo nunca a Wilde, ni siquiera a ese último Wilde, como antecedente.
Nos interesa más aquí, por lo tanto, una pieza como El abanico de lady Windermere, todavía anclada con solidez en el modelo de “comedia de salón” victoriana que triunfaba en la época. A partir de ese modelo, Óscar Wilde potencia una serie de elementos definitorios que distinguen por completo su dramaturgia de la de los otros autores londinenses de la época y la acerca a las propuestas escénicas más renovadoras como el teatro de Ibsen y, en menor medida, el teatro vanguardista: el uso privilegiado del lenguaje y una decidida intención de crítica social.
En el uso del lenguaje está la mayor innovación de Wilde, la que más desconcertó a sus espectadores y la que le otorga su fama aún hoy en día. Los diálogos de sus comedias se caracterizan por las réplicas ingeniosas, las frases chocantes y llamativas, los juegos de palabras y de ideas, las sentencias inesperadas y contradictorias... Por lo general, este lenguaje está ligado, además, a personajes cuyo papel en la obra tiene como objetivo principal justificar este tipo de conversación, muy poco dramática por otra parte. En el caso de El abanico de lady Windermere pertenecen a este modelo tanto el personaje del dandi lord Darlington -Creo que la vida es algo demasiado importante como para hablar de ella seriamente- como el de la Duquesa de Berwick -Nuestros maridos olvidarían nuestra existencia si no les diéramos la lata de vez en cuando, aunque solo sea para recordarles que tenemos perfecto derecho legal a hacerlo-. Ambos ejemplos están sacados del Acto Primero de la obra, donde sirven para construir el tono general de comedia amable e ingeniosa que promete a los espectadores un agradable entretenimiento vespertino.
Además, en el contexto literario de la obra, este tipo de lenguaje era lo que se esperaba de un autor como Óscar Wilde, que se había hecho famoso por su esteticismo, su extravagancia y su provocación. Desde el punto de vista lingüístico, El abanico... era, por lo tanto, Wilde en estado puro, como él mismo se encargó de subrayar en sus frases de agradecimiento al público tras el éxito del estreno: Mis felicitaciones a todos ustedes por el gran éxito de su actuación.
El otro aspecto, la crítica social, resulta, sin embargo, más relevante desde el punto de vista de la evolución del teatro europeo: la utilización de la “comedia” como mecanismo de crítica enfocada sobre el mismo medio social que posibilitaba su éxito. El objetivo que pretendía Wilde era difícil y arriesgado y su éxito inmediato y continuado lo avala. Todas las obras de teatro de Óscar Wilde son variaciones de un único tema: las relaciones familiares en un muy determinado contexto social. En todas ellas los personajes pertenecen a la buena sociedad londinense, ven su vida familiar sometida a alguna turbación y esos problemas adquieren de inmediato una repercusión social que es, precisamante, el motivo de la crisis escénica.
A este respecto hay que recordar, en primer lugar, que la buena sociedad británica era, precisamente, el público que llenaba el teatro de St. James en Londres a principios de la década de 1890. Es decir, Wilde proponía a sus espectadores una revisión de los conflictos familiares y sociales que más de cerca les afectaban: los principios sobre los que se basaba su conducta privada, su forma de arreglar los matrimonios, los orígenes de sus fortunas, las convenciones de su comportamiento social, el papel de las mujeres... Wilde era un escritor que no pertenecía a ese mundo pero que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por poder seguir moviéndose en él. De ahí la sutileza con que critica ese mundo hipócrita y pretencioso, banal y despiadado, autista y autocomplaciente, que aparece en sus obras. De hecho, un espectador actual se pregunta extrañado cómo podían los grandes políticos y hombres de negocios del Londres finisecular sentirse tan complacidos por la imagen ridícula y vulgar de sí mismos que Wilde pone en escena en estas comedias. Hoy en día la hipocresía generalizada del ambiente y el tono falso y cínico de todas las conversaciones y de todos los comportamientos harían insoportable El abanico de lady Windermere si no fuera precisamante por el otro elemento al que hemos aludido antes, el lenguaje. Pero nosotros poco tenemos que ver, al menos directamente, con el Londres victoriano e interpretamos con claridad que esos personajes son “otros”. Los espectadores de 1892, sin embargo, veían con claridad que sobre la escena estaban “ellos mismos” y a pesar de todo, aplaudían a rabiar y felicitaban al autor por su obra.
Este hecho nos permite reflexionar sobre el papel de la comedia de costumbres en una sociedad y los límites de su papel reformador. No parece que los espectadores se identifiquen con los personajes por mucho que el autor quiera reflejarlos en su obra. El público ve siempre modelos de comportamiento ficticios que, por más que hablen como él, se vistan como él, se muevan en los mismos ambientes que él e incluso piensen como él, son ajenos a él y se ven involucrados en situaciones que a él nunca le ocurrirían, personajes literarios, al fin y al cabo, carentes de la realidad a la que el espectador pertenece. Éste se siente halagado por el esfuerzo del autor por reconstruir un mundo similar al suyo pero no se siente aludido por la crítica de los personajes, que entiende como casos ajenos a un mundo, el suyo, que en realidad funciona de otra manera. Esto quiere decir que la comedia no tiene una repercusión reformista inmediata, ni en la Inglaterra victoriana, ni en la Roma de Terencio, ni en el teatro del Siglo de Oro español, ni siquiera en la Francia del Tartufo. El autor, otros intelectuales de la época y, sobre todo, lectores ajenos al mundo social que describe la obra están mucho más capacitados que el propio espectador para comprender la intencionalidad crítica de la obra que, en el medio en el que representa funciona, al contrario, como un elemento de afirmación: este es nuestro mundo, con sus pequeños defectos puntuales, pero en el que nos sentimos tan a gusto que no tenemos inconveniente en reírnos de nosotros mismos.
Wilde fue un genio a la hora de retratar este mundo, siempre en evolución, y sin duda su éxito actual proviene también de que no hay diferencias esenciales entre la Inglaterra victoriana y la alta sociedad actual, que puede seguir sonriendo ante las pequeñas miserias de estos ricos de antaño y deleitándose con el chispeante ingenio y el inofensivo cinismo de los dandis de Wilde. [E.G.]
EDICIONES ELECTRÓNICAS
Texto original: https://www.gutenberg.org/files/790/790-h/790-h.htm
Traducción alemana: https://gutenberg.spiegel.de/buch/der-facher-der-lady-windermere-1838/2
Traducción francesa:
Traducción castellana: https://escritoriodocentes.educ.ar/datos/recursos/libros/el_abanico_de_lady_windermere.pdf