ANTOLOGÍA DE LA LÍRICA AMOROSA RENACENTISTA
La lírica renacentista europea se desarrolló inicialmente en el entorno limitado pero trascendental de los grandes príncipes: Juan III, Carlos V, Enrique VIII y Francisco I; es, pues, un arte cortesano y elitista. En la nómina de autores recogida en el cuadro final, por ejemplo, hallamos sobre todo personalidades de la alta nobleza –Vittoria Colonna, Diego Hurtado de Mendoza, Henry Howard- o de la pequeña nobleza cortesana –Garcilaso de la Vega, Thomas Wyatt, Joaquim du Bellay, Pierre de Ronsard-. En realidad, solo tres poetas quedarían fuera de este marco social tan específico: Francisco de Sá de Miranda, Pietro Aretino y Luís de Camôes.
Es evidente que nos encontramos ante un cambio sustancial en relación con los orígenes de esta misma toscanos del siglo XIV habían sido intelectuales de prestigio procedentes de familias burguesas enriquecidas. Ni siquiera a principios del siglo XVI los grandes escritores italianos como Ariosto, Sannazaro o Bembo respondían al modelo de caballero ilustrado que se habrá extendido por todo el continente hacia 1530. Esto se debe, por supuesto, a la muy particular situación social y política de la península itálica en el siglo XVI pero también a la atracción que ejerció en el entorno de los grandes monarcas este nuevo modelo de distinción cultural de alto nivel. La principal excepción, el caso de Venecia y Pietro Aretino, responde a una cuestión particular que tiene que ver con el proceso de consolidación del Renacimiento y su transición hacia el Barroco. El Aretino representa un paso adelante en la evolución de la lírica renacentista europea, no solo por su éxito en la manipulación de unos modelos que los demás poetas se estaban esforzando por imitar, sino también por su capacidad para triunfar lejos de la corte. La independencia estética del veneciano nos sitúa ya en el camino de la generalización del Renacimiento, cuando la sociedad en su conjunto va a aceptar el modelo cortesano como expresión estética superior. Este proceso, ya en la segunda mitad del siglo XVI, lo consolidarán tanto soldados en activo - Francisco de Aldana, Luigi Tansillo y, sobre todo, Luís de Camôes- como clérigos prestigiosos de la talla de fray Luis de León. lírica : los grandes maestros
A través de las biografías de los escritores reunidos en esta antología podemos seguir una trayectoria poética global que va desde un intelectual de formación universitaria, al que todavía se podría considerar, en principio, un clérigo tardomedieval, Francisco de Sá de Miranda, hasta otro, Pierre de Ronsard, en quien reconocemos ya al nuevo letrado de formación humanista que triunfará en el siglo XVII. El portugués, de hecho, desarrolló la primera parte de su producción literaria todavía dentro de los cánones medievales y solo tras su estancia en Italia introdujo el nuevo estilo en su país. A Ronsard, que como miembro de la Pleïade hizo lo mismo en Francia, su larga vida y su extensa producción literaria le convirtieron ya en todo símbolo del cambio que se había producido.
En cualquier caso, quienes mejor representan el éxito de esta lírica renacentista europea son los tres poetas pertenecientes a la nobleza cortesana que florecieron a partir de 1530: Garcilaso de la Vega, Thomas Wyatt y Joaquim du Bellay. Aunque no se puede hablar de biografías paralelas, hallamos en todas ellas algunos rasgos comunes muy significativos. Por más que pertenecían a familias de ilustre prosapia, ninguno tenía asegurado un puesto de relevancia en el entorno real. Garcilaso y du Bellay procedían de ramas laterales de su linaje y Wyatt de una familia de inferior condición social. En los tres casos eran dueños de un apellido que les iba a facilitar las cosas en la corte siempre y cuando fueran capaces de aportar algún tipo de suplemento personal. Ese suplemento fue la literatura. Esto no quiere decir que saber escribir un soneto a la italiana les permitiera medrar sino que su capacidad para destacar en el ámbito literario les convirtió en un ejemplo a seguir tanto para otros miembros de su clase como para la nube de cortesanos a los que lo único que podía hacer brillar era ese barniz cultural de prestigio. Pero las biografías de estos poetas tienen otras coincidencias. Todos ellos, por ejemplo, vivieron en ambientes internacionales, du Bellay y Wyatt por su labor de diplomáticos y Garcilaso como soldado del Imperio, y, sobre todo, los tres tuvieron una muerte prematura, antes de los 40 años, y una rápida fama póstuma pues, aunque el castellano y el inglés coinciden incluso en dejar toda su obra sin publicar, hacia 1560 los tres se habían convertido ya en los promotores de la revolución estética que había transformado la lírica europea. Muy similar a las anteriores es, también, la peripecia biográfica del conde de Surrey. Henry Howard fue un miembro de la más alta nobleza inglesa, ligado a la corte real desde la infancia. Su opción literaria por las formas italianizantes significó el éxito definitivo de esta lírica en la corte de Enrique VIII. El papel ejercido por Surrey y Wyatt es, pues, similar, como lo fueron las condiciones de su muerte y de su fama: ejecutado a los 30 años, también por traición, las obras de ambos se publicaron en la misma miscelánea en 1557.
La vida de Vittoria Colonna y de Diego Hurtado de Mendoza, por el contrario, fueron largas y fructíferas, lo cual nos permite acceder a otra perspectiva de la evolución poética del Renacimiento. De acuerdo con su alta posición social la educación de ambos personajes fue exquisita. Si Vittoria, pese a su condición de mujer, contó con el acceso a la más alta cultura de su tiempo por su pertenencia al clan de los Colonna, Hurtado de Mendoza se formó con las enseñanzas del famoso humanista milanés Pedro Mártir de Anglería. En ambos casos su vida se movió en ambientes cultos y cortesanos como el que la propia Vittoria Colonna organizó en su retiro de Ischia, junto a escritores como Ariosto, Sannazaro o el propio Sá de Miranda. Hurtado de Mendoza, a su vez, fue también diplomático, como Wyatt o du Bellay, y buena parte de su vida adulta transcurrió en las embajadas de Londres, Venecia y Roma. Pero el hecho de que la vida de ambos se alargara hasta la vejez facilitó que su producción lírica presentara una diversidad de temas, formas y tonos de la que carecen los otros poetas mencionados. Las obras de Vittoria Colonna y de Diego Hurtado de Mendoza nos permite comprobar que, una vez consolidada, la renovación poética renacentista evolucionó de forma natural hacia una ampliación temática y formal vinculada bien con el nuevo espíritu de la Reforma, bien con el anti-idealismo de Pietro Aretino.
En cuanto al contenido concreto de los modelos líricos generalizados por estos poetas, tratándose de poesía petrarquista sus características básicas serán una temática amorosa muy concreta, un registro lingüístico bien establecido y la métrica del endecasílabo. Sin diferencias esenciales entre sí, Sá de Miranda, Garcilaso, Wyatt o Ronsard escriben un conjunto de poemas de amor a una dama más o menos real a la que idealizan, de la que se desengañan o cuya muerte lamentan de acuerdo con unas convenciones formales reguladas en los siglos anteriores por la lírica italiana. Si todos estos escritores ocupan un lugar relevante en sus respectivas literaturas no es por su originalidad en el tratamiento de esta herencia común sino, por el contrario, por su habilidad para trasponer a su lengua particular unos modelos de prestigio conocidos. En este sentido, el mayor mérito recaería en los poetas ingleses, capaces de adaptar una métrica romance a una lengua germánica. Tal vez por ello, la mayor novedad técnica de la época se produjo en Inglaterra, donde Surrey creó el endecasílabo blanco de base acentual (pentámetro yámbico o blank verse), ajeno a la tradición italiana.
Otro aspecto importante de la difusión de la lírica renacentista tuvo que ver con los procesos históricos generales del Humanismo. Mientras que los primeros poetas europeos en explorar las posibilidades de esta poética –Sá de Miranda, Garcilaso y Wyatt-, lo hacían tomando como modelo casi exclusivo a Petrarca y sus continuadores italianos, los que se incorporaron a partir de 1540 accedieron a una variedad poética mucho mayor. A mediados del siglo XVI entre los referentes cultos ya no están solo Dante, Petrarca, Ariosto o Sannazaro sino también los elegíacos latinos, la sátira romana, y, sobre todo, las odas de Píndaro y de Horacio. Cuando ya buena parte de los poetas de los que aquí hemos tratado estaban muertos, los supervivientes, como Ronsard o Hurtado de Mendoza, al igual que los jóvenes que se incorporaban entonces, desarrollarán una lírica mucho más variada. Es relevante, por lo tanto, para establecer los rasgos de este estilo paneuropeo tener en cuenta la secuencia de su difusión. La primera oleada, en la década de 1520, alcanza sobre todo a la península ibérica, lo que hace pensar en la vinculación histórica de la Corona de Aragón con el reino de Nápoles. Sin embargo, los datos históricos sitúan a Portugal, Castilla y Aragón en la misma línea de salida, lo cual no está igualmente justificado por razones históricas. Si al mismo tiempo comprobamos que también Inglaterra inicia la renovación de su lírica en esas mismas fechas mientras que precisamente Francia, cuya relación con Italia es tan estrecha como la de Aragón, es la última en incorporarse, parece imprescindible buscar alguna otra explicación complementaria. En este sentido, de acuerdo con otros procesos similares en el desarrollo cultural de Europa como la expansión del Romanticismo, podemos plantear la hipótesis de que, a principios del siglo XVI, además de la relación con Italia hay que tener en cuenta el peso de los antecedentes, en este caso medievales: el nuevo modelo se difunde antes y de forma más rápida en aquellos ámbitos culturales con una tradición previa menos sólida. Esto explicaría que Portugal o Inglaterra, pese a su excentricidad geográfica, sean las más y antes afectadas mientras que el Renacimiento francés es tardío, breve y no renuncia a rasgos medievales como el alejandrino. [E. G.]