CANTIGAS DE SANTA MARÍA:
CIMA DE LA LITERATURA MARIANA MEDIEVAL
En el desarrollo histórico del Cristianismo, las colecciones de milagros atribuidos a la Virgen María forman parte de la veneración general hacia los santos y se hallan vinculadas a otras manifestaciones de la espiritualidad medieval tan relevantes como el interés por la hagiografía y, sobre todo, el fervor por las reliquias. Este amplio, complejo y creativo prestigio de la santidad ocupó un lugar trascendental en el desarrollo del arte europeo medieval y, por lo tanto, de su literatura. Y en ese contexto, la devoción por la madre de Cristo alcanzó una categoría privilegiada. De la Edad Media provienen, en efecto, fiestas e incluso liturgias de protagonismo mariano con tanta proyección en la cultura europea como el rezo del rosario, la oración del Ángelus o la festividad de la Inmaculada Concepción.
Las Cantigas de Santa María atribuidas al rey de Castilla Alfonso X el Sabio forman parte, pues, de un contexto cultural y religioso mucho más amplio y previo, del que la colección alfonsina ha de considerarse uno de sus mejores representantes al conjugar además del texto poético, notación musical e ilustraciones miniadas. Aquí, desgraciadamente, solo podemos entrar con un poco de detalle en el estudio de los poemas pero debemos insistir en que este mero acercamiento literario ha de considerarse parcial e insuficiente.
Aunque las primeras obras literarias dedicadas a recopilar milagros de la Virgen aparecen ya en el siglo VI con Gregorio Magno y Gregorio de Tours, su difusión por toda Europa se desarrolla sobre todo a partir del siglo X en múltiples colecciones redactadas en prosa latina. Su consagración literaria definitiva tiene lugar en el siglo XIII en obras de tanto prestigio e influencia como el Speculum historiale del francés Vicente de Beauvais o la Legenda Aurea del genovés Jacobo da Varagine. De esa época son también todo tipo de manuscritos marianos como el Ms. Thott 128, hoy en Copenhague, del que se sirvió Gonzalo de Berceo para sus Milagros de Nuestra Señora, en castellano, o el Liber Mariae de Juan Gil de Zamora, erudito al servicio, precisamente, de Alfonso X. Al mismo tiempo que se generalizaban estas colecciones en latín, comenzaron a difundirse también versiones en lengua vulgar. El primer ejemplo lo encontramos ya a mediados del XII en la colección de 49 milagros recopilada por el clérigo londinense Adgar en anglonormando con el título de Le Gracial. Del primer tercio del siglo XIII es la obra más conocida del género, los Miracles de Nostre Dame, de Gautier de Coinci, con 58 milagros en francés, de la que se conservan unos 80 manuscritos. Ambas recopilaciones, al igual que la del castellano Gonzalo de Berceo, presentan además la coincidencia novedosa, frente a sus precursores latinos, de tratarse de versiones versificadas, como las que integrarán la obra del rey Alfonso.
En una primera comparación con estos precedentes, las Cantigas de Santa María llaman la atención de antemano por la amplitud del material que versifican. Lo que en un principio iba a ser una colección de 100 milagros acabó siendo una magna recopilación de 420 poemas, de los que 356 son narraciones de milagros. También se incluyen en la obra 41 cantigas denominadas de loor, 10 cantigas con peticiones a la Virgen, cinco Fiestas de Santa María, cinco Fiestas de Nuestro Señor, un poema introductorio y un prólogo. Los cuatro manuscritos que han llegado hasta nosotros procedentes del escritorio real permiten conocer las sucesivas ampliaciones del proyecto original, de 100 a 200 milagros primero y de 200 a 400 finalmente, labor que hubo de ocupar buena parte de la vida del rey y que solo acabó, incompleta por muy poco, con su muerte.
El estudio bien documentado de este proceso nos permite saber, también, que en un primer momento los materiales recopilados procedían de las colecciones latinas más típicas de la época y coinciden, por lo tanto, con los milagros más famosos divulgados por toda la Europa medieval, como La casulla de san Ildefonso o El milagro de Teófilo que hallamos, igualmente, en el Gracial de Adgar, en los Miracles de Coinci, en los Milagros de Berceo o en la Legenda Aurea de da Varagine. Se trata, por lo tanto, de un auténtico acervo literario de dimensiones europeas del que todos los clérigos de la época eran conocedores y con el que se sentían identificados culturalmente. Sin embargo, conforme el proyecto se amplía, el monarca echa mano cada vez con mayor frecuencia de colecciones de milagros procedentes de santuarios marianos situados en sus propios reinos, como las 24 cantigas relacionadas con la imagen de Santa María del Puerto, en Cadiz, situadas entre la 328 y la 398, e incluso de acontecimientos de la vida del propio Alfonso X.
Aun aceptando que la notación musical no fue tarea del rey, uno de los problemas que siguen planteando las Cantigas es su intervención en la propia composición de los poemas. En principio, se da por supuesto que las Cantigas son la obra más personal de todas las que proceden del entorno real y que, por lo tanto, su intervención hubo de ir más allá del impulso creativo, la ordenación del material y la corrección de los textos, tareas que ejecutó en otros proyectos suyos como las compilaciones históricas o los tratados técnicos. Sin embargo, nadie se atreve a asegurar en la actualidad que todas las cantigas hayan sido compuestas originalmente por el monarca castellano. Más aún, algunos de los principales estudiosos de la obra, como Walter Mettmann, limitan la autoría concreta del monarca a unos pocos poemas de temática personal mientras que el grueso de la escritura se adjudica a un poeta “profesional” que, de acuerdo con la anotación en uno de los manuscritos, podría ser el trovador gallego Airas Nunes. Hay que tener en cuenta, también, la presencia ya mencionada en la corte castellana del clérigo Juan Gil de Zamora, autor de la recopilación de milagros en prosa latina Liber Mariae. De todos modos, la falta de datos concretos al respecto obliga a seguir atribuyendo la autoría de las Cantigas al rey Alfonso. A él pertenece, en cualquier caso, el estímulo creador que hizo posible la obra y una especial devoción hacia el propio manuscrito a lo largo de buena parte de su vida, que le llevó, incluso, a recurrir a él como remedio curativo en una grave enfermedad, tal y como cuenta en una de sus cantigas.
Desde el punto de vista formal, en la obra aparece una enorme variedad de formas estróficas, algo que contrasta enormemente con las obras de Berceo o de Coinci: hasta más de 280 combinaciones estróficas distintas de las cuales unas 170 solo se utilizan una única vez. En los poemas narrativos, la estructura más usada es el virelay con forma de zéjel, es decir, un estribillo de dos versos combinado con mudanzas de cuatro versos de acuerdo con el modelo básico AA / bbba (306 ejemplos). En estas estructuras, que debido a las rimas internas pueden llegar a ser muy complejas, predominan, a su vez, las combinaciones de hemistiquios de 7 sílabas. También aparecen, en mucho menor número, las estructuras de rondó y de canción.
Un último aspecto a tener también en cuenta es la lengua utilizada por el rey en su recopilación, el galaico-portugués. Resulta muy significativo que alguien que aprovechó la mayor parte de sus proyectos culturales para potenciar la lengua romance más hablada en sus dominios, el castellano, recurriera para su creación más lírica y personal a otra diferente y cuyos dominios se extendían, sobre todo, por el reino vecino de Portugal. Esta elección subraya la enorme importancia que para la creación literaria tenía en la Edad Media la existencia de determinadas lenguas de cultura. Para su obra lírica, el rey castellano recurre a aquella modalidad lingüística que desde finales del siglo anterior y gracias a la influencia de los trovadores provenzales ya había demostrado su capacidad para la expresión lírica, prestigio del que aún carecía y carecerá durante muchas décadas el castellano.
En resumen, las Cantigas de Santa María de Alfonso X tanto por sus aspectos estrictamente poéticos como por la riqueza suplementaria que les aporta la combinación de poesía, música e ilustración es un ejemplo magnífico del desarrollo, generalización, complejidad, sofisticación y éxito literarios que llegaron a tener determinados referentes culturales europeos, como las devociones marianas, en el periodo que aquí hemos denominado Edad Media Central. [E. G.]
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MANUSCRITO ORIGINAL: https://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?pid=d-200519
VERSIÓN MODERNIZADA: https://www.cantigasdesantamaria.com/index1.html