LA PESTE: APOLOGÍA DE LA DIGNIDAD HUMANA

    En La peste toma forma novelada una profunda reflexión de Albert Camus sobre la dignidad humana, una dignidad condicionada ante todo por nuestra forma de vida natural en sociedad y por la lucha sin piedad y sin esperanza que trabamos contra la muerte. Una tercera clave, también fundamental, para interpretar La peste está en el valor metafórico, a la vez que poético, de la propia plaga.

    La novela de Camus, más allá de la compleja sucesión de tomas de postura individuales de cada uno de los personajes, es, ante todo, una reflexión sobre la vida del hombre en sociedad. Es trascendente, en este sentido, el aislamiento de la ciudad tras el estallido de la epidemia, que obliga a todos sus habitantes a tomar conciencia de su pertenencia irrenunciable a esa comunidad. El personaje que mejor representa esta condición es el periodista Rambert, que una y otra vez, a lo largo de la primera mitad de la novela, justifica sus deseos de huir de la ciudad con la idea de que él no es de allí, que su estancia en Orán es anecdótica y casual y de que, por lo tanto, no se le puede tratar del mismo modo que a los demás. Su renuncia a la huida y su involucración definitiva en los equipos de ayuda a los enfermos, se produce, a punto de conseguir sus deseos, cuando por fin acaba comprendendiendo que su sitio está donde el esfuerzo de todos, en esa lucha colectiva y solidaria contra la muerte.

    Orán, la ciudad natal del autor está acosada por la peste. El episodio recuerda un famoso cuento de Poe, La máscara de la muerte roja, pero los invitados al baile aquí no huyen, no se esconden de la muerte sino que se organizan para hacerle frente, luchan contra ella con todos los recursos que tienen a su alcance, que no son fundamentalmente sanitarios, pues lo sueros son escasos e ineficaces y las cifras de los muertos no dejan de crecer y nadie es capaz de prever la victoria. Pero los hombres de Orán, pese a todo, resisten unidos a la muerte hasta que esta se retira.

    En torno al doctor Bernard Rieux y, por iniciativa de Jean Tarrou, se va agrupando una suerte de “resistencia” contra la peste. Ese deseo de colaborar en el que por diferentes razones cada uno de los personajes de la novela encuentra una reivindicación de su humanidad, tiene en el protagonista, en efecto, su mayor exponente, pero su toma de postura no parece ser, para el autor, la opción única ni la más interesante. Al fin y al cabo, la reacción de Rieux frente a la plaga, lúcida y decisiva desde el primer momento, se presenta también como la más sencilla. Ante la epidemia, el médico escoge la única determinación que le permite su dignidad profesional: combatirla con todos los medios que tiene a su alcance. Es cierto que la figura luminosa de Rieux se recorta contra la penumbra en la que se mueven otros médicos más contemporizadores como Richard, pero de ese contraste el lector no deja de extraer la sencilla conclusión de que Rieux es, ante todo, un buen médico.

    A su lado, sin embargo, se mueven otros personajes mucho más complejos: Tarrou, un activista desengañado, Cottard, un delincuente altruista, Grand, el funcionario que aspira a la gloria literaria, el severo juez Othon o el padre Paneloux. Cada uno de ellos opta también por poner su vida en peligro e incluso la pierden algunos, para colaborar en esa lucha perdida de antemano contra la enfermedad. Los motivos pueden ser religiosos, como en el caso de Paneloux, morales, en el de Tarrou, familiares, en el del juez, e incluso inexistentes o difíciles de entender como en el de Grand o Cottard. “Digamos, pues, que era loable que Tarrou y otros se hubieran decidido a demostrar que dos y dos son cuatro, en vez de lo contrario, pero digamos también que esta buena voluntad les era común con el maestro, con todos los que tienen un corazón semejante al del maestro y que para honor del hombre son más numerosos de lo que se cree; tal es, al menos, la convicción del cronista”.

    La peste es una de las últimas grandes novelas humanistas de nuestra cultura. Hay en ella un canto transcendental de confianza en el ser humano, en su bondad a pesar de sus debilidades, en su capacidad para unirse a otros hombres para hacer lo que debe hacerse, lo que la dignidad humana exige, más allá de cualquier amenaza o pánico. Por eso es tan importante, tan relevante, el valor metafórico de la epidemia de peste, resaltado con tanta claridad sobre todo en las páginas finales de la novela.

    Albert Camus publicó La peste en el año 1947. Su redacción definitiva, por lo tanto, tuvo lugar en los años finales de la II Guerra Mundial, que el autor, como miembro activo de la Resistencia francesa había vivido en la Francia ocupada por el Reich. Mediante un proceso de elusión magistral, nada de esta experiencia biográfica trascendental de la vida del autor en ese momento forma parte de La peste ni es aludido ni siquiera indirectamente en ella. El autor reflexiona, en efecto, sobre la muerte, sobre los efectos en una comunidad de una enfermedad mortal que de repente ataca, acosa y arruina la vida de unas personas inocentes y desprevenidas. Por supuesto, en los años 43 y 44, cuando Camus escribía su novela y aún en el 47, cuando la publicó, en la Francia recién liberada sería muy difícil no identificar la situación de Orán en la novela con la de Europa en manos de Hitler. Tampoco era extraño identificar esa unión de hombres de toda condición –religiosos, ateos, excomunistas, conservadores...-, a la que solo reúne su necesidad de estar a la altura de las circunstancias, con el pequeño grupo de franceses que habían sido capaces de resistir a la invasión nazi y habían salvaguardado para la Historia la maltrecha dignidad de la Francia colaboracionista.

    Pero el hecho de que ninguna de esas relaciones se muestre explícita en la novela de Camus confiere a la obra una trascendencia poética que en otro caso se hubiera visto limitada. La peste que asola Orán es mucho más que la invasión nazi y el doctor Rieux mucho más que un jefe de la Resistencia antifascista. Hoy, e incluso en su día, para los lectores de la novela la peste es, sobre todo, el símbolo de la miseria mortal que amenaza a los hombres en todo momento. Es un peligro oculto e innombrable, de cuya ominosa existencia debemos ser conscientes y contra la que hay que mantener la vigilancia. Pero La peste no es solo, tampoco, el aviso contra el mal; es, sobre todo, el recuerdo de la existencia del antídoto contra ese mal. Y ese antídoto es la propia humanidad, la bondad intrínseca que, junto con sus miserias, yace también en el fondo de los hombres, su capacidad de reacción, de bonhomía, de solidaridad, de altruismo.

    Ciertamente, los hombres de Orán no vencen a la enfermedad: luchan contra ella y se esfuerzan por hacer aquello que está en sus manos, resistir, como Rieux, o morir con dignidad como Tarrou. Es ella, la propia peste, la que por sí misma se retira, no definitivamente, sino hasta la próxima. Pero cuando regrese, hombres como Rieux y como Tarrou y como todos los demás héroes ciudadanos de esta novela estarán allí esperándola, listos de nuevo para enfrentarse a ella, desesperada pero implacablemente, con toda la miseria y toda la grandeza de su humanidad. [E.G.]

EDICIONES DIGITALES

    EDICIÓN ORIGINAL: https://classiques.uqac.ca/classiques/camus_albert/peste/la_peste.pdf

    TRADUCCIÓN INGLESA: https://evankozierachi.com/uploads/The_Plague_by_Albert_Camus.pdf

    TRADUCCIÓN ALEMANA:

    TRADUCCIÓN CASTELLANA: https://posgrado.upeu.edu.pe/epgvirtual/documentos/doctorado/peste.pdf