TARTUFO: LA COMEDIA COMO AGUIJÓN SOCIAL

    En principio, puede parecer extraño que una comedia pueda provocar el enorme y prolongado escándalo que suscitó el estreno de Tartufo de Molière. La obra fue representada por vez primera en 1664 y de inmediato, debido a la intervención directa del arzobispo de París, prohibida por el propio rey, Luis XIV, ante quien se había estrenado con éxito. El autor, cuya defensa de la pieza no fue tenida en cuenta, la rehízo y volvió a representarla en 1667 pero de nuevo la presión de la Iglesia católica forzó que no llegara a los escenarios públicos. Solo en 1669, cinco años después de su estreno, Tartufo, en su nueva versión, pudo representarse libremente y triunfar.

    Y, sin embargo, Tartufo es una obra de burlas y como tal gozó del favor del público tanto en las funciones originales ante la corte de Versalles como en sus versiones posteriores para los teatros populares de toda Europa. ¿Por qué, pues, prohibirla? ¿Por qué no, simplemente, sonreír?

    Los problemas a los que tuvo que enfrentarse Jean Baptiste Poquelin con su Tartufo, así como con algunas otras de sus grandes obras como Don Juan, tienen que ver con la esencia misma del género dramático de la comedia no solo en la cultura europea sino en el conjunto de la civilización occidental. Así supo verlo el propio Molière en sus escritos de autodefensa: la comedia no busca solo la risa sino que tiene también un componente moral y es esa moralidad lo que puede, incluso debe, herir a quienes se sientan aludidos por las críticas: “nous avons vu que le théâtre a une grande vertu pour la correction. Les plus beaux traits d’une sérieuse morale sont moins puissants, le plus souvent, que ceux de la satire”. En efecto, desde la Atenas del siglo V a.C., la comedia se ha presentado ante sus espectadores como un aguijón moral; pero no es menos cierto que esa misma comedia griega en manos de dramaturgos como Aristófanes se interesaba más por la sátira cruel y personalizada que por una enseñanza moral de tipo general. Son autores posteriores como Menandro y, sobre todo, el Terencio romano los que limarán las asperezas más duras de la comedia antigua para ir elaborando un género más elegante, menos mordaz y, también, menos peligroso socialmente. Molière, por lo tanto, remitiría a Terencio en su defensa pero en realidad Tartufo tiene mucho más de comedia aristofanesca, en el sentido de que, detrás de los personajes del devoto protagonista y del embaucado Orgón, el autor no pretendía esconder modelos sociales de valor universal sino, como bien supieron ver los espectadores de la corte y, por lo tanto, los eclesiásticos que asistían a ella, personajes y, acaso, personalidades muy concretas del entorno real. Por otra parte, hay que tener en cuenta también que el autor contaba para el éxito de su representación en palacio con la incomodidad manifiesta que para el rey suponían las admonestaciones de esos devotos de su corte en relación con gustos tan apreciados por Luis XIV como las fiestas palaciegas, el lujo deslumbrante, sus propias amantes y, en general, el libertinaje de las costumbres en su entorno. En el contexto en el que se escribió la primera versión y se llevó a cabo la primera representación, los cuatro días de festejos en torno al tema Los placeres de la isla encantada, que sirvieron para inaugurar el complejo palaciego de Versalles, Molière estaba proporcionando a su protector una burla muy oportuna de esos críticos y una acerada justificación de su desdén por ellos. La autoexculpación del autor, refugiándose a posteriori en cuestiones doctrinales de índole literaria, no deja de ser también un tanto hipócrita.

    Por desgracia, no ha llegado hasta nosotros el texto primitivo de la primera representación de Tartufo en 1664, del que se sabe que solo tenía tres actos y que, por lo tanto, presentaba un desarrollo argumental más reducido. Se tiene por casi seguro en la actualidad que en ese primer Tartufo el protagonista era un auténtico y perverso “devoto”, no un impostor como en la versión final, y que su único propósito era aprovecharse todo lo posible del matrimonio de Orgón, sin que al parecer tuvieran un papel especial en ese argumento los amores de Mariana. Convertir a Tartufo en un rijoso falsario habría sido la forma que eligió Molière en sus versiones posteriores para dejar claro que su obra solo iba dirigida contra los falsos devotos y que los verdaderos no tenían por qué sentirse molestos con su comedia.

    Con el tiempo, sin embargo, Tartufo ha ido mucho más allá de su propio contexto de producción, tal y como sucede siempre con las obras maestras. Tal y como prefiguraba la obra de 1542 de Pietro Aretino de la que Molière pudo tomar su personaje, Lo Ipocrito, Tartufo ha pasado a ser el paradigma de la hipocresía hasta el punto de llegar a convertirse en un nombre común para designar al hipócrita religioso y, por extensión a cualquier hipócrita: un tartufo.

    Por otra parte, al margen de su temática, Molière supo componer también una magnífica comedia clásica desde el punto de vista formal. Se trata de una obra escrita en verso, los típicos alejandrinos franceses, y dividida, en su versión definitiva, en los cinco actos propios del teatro clásico. Ya hemos hablado de la supuesta influencia de Terencio en la concepción moral de la obra, pero más aún hay que señalarla en su propia configuración escénica. Frente a las técnicas más innovadoras de los teatros inglés y español, que habían alcanzado su mayor prestigio en la primera mitad del siglo XVII, Molière opta de forma decidida por los modelos clásicos que ya había hecho triunfar Corneille en la escena francesa, incluso adaptando a las nuevas normas obras tan ajenas a ellas como La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón en El mentiroso. Tartufo respeta las unidades de tiempo, espacio y acción que promulgaban los críticos, selecciona unos modelos lingüísticos de tipo cortesano que también se ajustan a los gustos de la comedia nueva latina y pone en escena un elenco de personajes habituales en el teatro antiguo. Así, en la versión definitiva de la obra, ganan protagonismo la pareja de jóvenes y Orgón representa el típico papel del viejo ridículo al que todos quieren engañar.

    Con obras como Tartufo y el Misántropo, Molière fue capaz de dar forma y hacer triunfar un modelo de comedia clásica europea que tanto la crítica como los espectadores situaron de inmediato a la altura del mejor teatro clásico grecorromano. Europa había dado forma definitiva a su comedia clásica. [E. G.]

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    EDICIÓN ORIGINAL: https://www.site-moliere.com/pieces/tartuffe.htm

    TRADUCCIÓN INGLESA: https://www.gutenberg.org/ebooks/2027

    TRADUCCIÓN ALEMANA: https://www.anthrowiki.info/ftp/odyssee/Tartuffe/Tartuffe.pdf

    TRADUCCIÓN CASTELLANA: https://www.biblioteca.org.ar/libros/150011.pdf