CHECOSLOVAQUIA: UN EFÍMERO ESTADO PLURINACIONAL
Los primeros capítulos del Drácula de Bram Stocker, de 1897, trascurren en la remota Transilvania del Imperio Austrohúngaro pero muchos de los habitantes de aquellas tierras con los que se relaciona el inglés protagonista no son rumanos o húngaros, como podríamos esperar, sino eslovacos. Apenas dos décadas después, el Imperio austriaco había desaparecido, la Transilvania húngara había pasado a formar parte de Rumanía y al norte del Desfiladero del Borgo, donde Stocker sitúa el castillo del conde, había nacido un nuevo país, Checoslovaquia, que se alargaba desde la Rutenia subcarpática hasta los Sudetes checos.
Checoslovaquia existió entre los años 1918 y 1992. Como entidad política internacional fue creada mediante los tratados de San Germán-en-Laye y del Trianón tras la derrota del Imperio Austrohúngaro en la I Guerra Mundial. En principio se pretendía aplicar el principio de las nacionalidades, por el que se consideraba con derecho a un estado independiente a cada una de las diferentes “naciones” del Imperio. Finalmente y en lo que concierne a los pueblos eslavos, esta solución se aplicó de forma restrictiva, reuniéndolos en dos únicos grandes estados plurinacionales, el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, es decir, Yugoslavia (Eslavos del sur), en la costa adriática, y Checoslovaquia, es decir, Bohemia, Moravia, Eslovaquia y Rutenia, en el norte.
De este modo, en 1920, Europa contaba en la cuenca del Danubio con un nuevo estado, tan plurinacional como el anterior –junto a checos, eslovacos y rutenos había también miles de alemanes, judíos y húngaros-, convertido, supuestamente, en una nación moderna. En la práctica, cada una de las regiones checoslovacas volvió a reproducir tensiones nacionalistas similares a las del siglo XIX. En la mitad occidental y sobre todo en las grandes ciudades -la propia ciudad de Brno, capital de Moravia, era de mayoría alemana- vivían más de tres millones de checoslovacos de lengua alemana que se sentían tan injustamente tratados por la mayoría eslava como los propios checos por el antiguo gobierno de los Habsburgo. En los años 30, el nacionalismo pangermano convirtió las exigencias de los checos alemanes una de sus principales reivindicaciones y tras el Anchluss, los siguientes pasos de Hitler fueron la anexión de la región de los Sudetes en 1938 y la inclusión dentro del III Reich del Protectorado de Bohemia y Moravia al año siguiente.
Otra de las minorías étnicas más importantes en la nueva Checoslovaquia de los años 20 era la de los judíos, en su mayoría también de lengua alemana, presentes, sobre todo, en la capital, y dedicados al comercio local en las zonas más atrasadas de la Eslovaquia rural. Durante dos décadas, el antisemitismo fue en aumento, lo que llevó a muchos judíos, como el propio Franz Kafka, a plantearse o llevar a cabo su salida del país. Sin embargo, la limpieza étnica definitiva tuvo lugar durante la II Guerra Mundial. En el Protectorado, controlado por los propios alemanes, se aplicó la Solución Final de forma similar al resto del III Reich pero, paralelamente, en la Eslovaquia independiente, aliada de Hitler, durante los cinco años de la guerra el gobierno fascista propició el aniquilamiento de más del 75% de la población eslovaca judía.
Por último, tras la II Guerra Mundial, la reconstrucción de Checoslovaquia conllevó la pérdida de Rutenia. En teoría lo que se hacía era volver a aplicar criterios nacionalistas, ya que los rutenos fueron considerados una etnia ucraniana y pasaron a integrarse en la República Socialista Soviética de Ucrania. En realidad, tras esta desmembración se ocultaba el deseo de Stalin de tener un acceso directo desde la URSS a un importante país de la órbita soviética, Hungría, con el que no compartía ninguna frontera.
Convertida Checoslovaquia en una república socialista en 1945, su historia más reciente estuvo marcada por la Primavera de Praga de 1968 y la Revolución de terciopelo de 1989. La primera fue un fallido intento de reintroducir el pluralismo político en el país, que fue reprimido por los tanques soviéticos del Pacto de Varsovia enviados contra Praga. La segunda, en cambio, formó parte de los movimientos anticomunistas llevados a cabo en toda la Europa del Este en los años previos a la desaparición de la URSS. Por ello, en este caso el movimiento se saldó con un éxito absoluto, que supuso la caída del gobierno prosoviético y la llegada al poder de un intelectual demócrata, el dramaturgo Václav Havel, en 1990.
El final del comunismo trajo consigo el final de la propia Checoslovaquia, incapaz de asimilar las tensiones nacionalistas entre los países checos –Bohemia y Moravia- y Eslovaquia. Así que finalmente el parlamento checoslovaco firmó su propia disolución, de forma pacífica, el 1 de enero de 1993, dando lugar a dos países independientes integrados hoy en la Unión Europea: la República Checa y Eslovaquia. [E. G.]