FRANCIA: EL CORAZÓN CULTURAL DE EUROPA

     A lo largo de toda la historia de la cultura europea, Francia ha ocupado un lugar central tanto por lo que respecta al origen de buen número de los principales movimientos artísticos como en los procesos de difusión de éstos por el conjunto de Europa. Esta centralidad cultural tiene su origen, por supuesto, en la centralidad geográfica de las diócesis romanas de la Galia una vez que los avatares políticos de los siglos IV y V redujeron el marco de gestación de Europa a la mitad occidental del Bajo Imperio. En este reducido ámbito espacial, limitado todavía más hacia el siglo VII al cuarto sudoccidental y continental de la actual Europa, el corredor del  Ródano se fue convirtiendo en el más importante camino de comunicación entre el sur y el norte de la cristiandad germánica y entre su oriente y su occidente.

     Sin embargo, en un primer momento la relevancia política y cultural de lo que hoy conocemos como Francia fue mucho más limitada de lo que la geografía actual puede hacer pensar. La expansión del reino franco merovingio fue tardía y su impronta cultural a lo largo del siglo VII mucho menos profunda que la de otros pueblos germanos, mucho más romanizados, como los visigodos. Solamente la creación del Imperio de Carlomagno en el siglo VIII, en un ámbito político que carece de sentido identificar con Francia, puso las bases de una organización cultural y administrativa de auténtico calado europeo. Sin embargo, la rápida fragmentación de ese imperio y el lento asentamiento de un auténtico poder monárquico en el noroeste de la antigua Galia en competencia con el Emperador, dio lugar a un modelo intelectual europeo empobrecido al que el minúsculo reino de Francia muy poco tenía que aportar. Desde el punto de vista literario, sirve como ejemplo de este proceso el hecho de que las primeras manifestaciones importantes de la literatura romance en los territorios de la actual Francia se desarrollaran antes en los ducados anjevinos y, sobre todo, en los condados provenzales, ya en el siglo XI, que en el reino de Francia.

     A partir de este momento Francia comienza a ser por vez primera un actor fundamental de la política y la cultura europeas. En el siglo XIII, tras imponerse en occidente a los ingleses y a los occitanos en el sur, el reino de Francia pasó a ser una de las entidades políticas más poderosas e influyentes de una Europa en rápido crecimiento y su papel cultural fue creciendo en consonancia con ello. La fundación de la universidad de París, los contactos políticos con Italia a través de los Anjou y la participación protagonista de sus monarcas en las últimas cruzadas fueron hitos en el logro de una centralidad cultural europea, potenciada, ya sí, por su centralidad geográfica. En consecuencia, a lo largo de los siglos XIV y XV Francia se consolidó como el núcleo conservador de los principales logros del medievo europeo.

     Paradójicamente, pero tal y como ha sucedido repetidamente en la historia de la cultura europea, la posición central de Francia del final de la Edad Media fue la razón principal de su retraso en incorporarse a la renovación renacentista que, habiéndose iniciado en Italia en el siglo XIV, no se implantó en Francia hasta mediados del XVI. De todos modos, el poderío político y militar de Francia en esta época y su victoria en la Guerra de los 30 Años, convirtieron de nueva a una Francia cada vez más hegemónica en Europa, en el centro del desarrollo artístico. De hecho, el Neoclasicismo que dominó en todos los países de Europa durante el siglo XVIII fue ante todo un movimiento francés y en esos años, el propio idioma francés se convirtió en la primera lengua de cultura europea capaz de competir con el latín.

     Ya en el siglo XIX la situación de centralidad de Francia con respecto al conjunto de Europa sufrió una evolución similar al del siglo XVI. Mientras que en un primer lugar el Romanticismo se gestó fuera e incluso en contra de la cultura francesa imperante, a mediados de siglo Francia ya había vuelto a ponerse al frente de los nuevos movimientos literarios tanto con la novela realista (Flaubert) como con la poesía simbolista (Mallarmé). Esta centralidad llegó, incluso hasta la I Guerra Mundial y la aparición de las Vanguardias, cuando, si bien los creadores franceses no ocupan un lugar especialmente destacado, no cabe duda de que la ciudad de París se convierte en un escenario privilegiado del cambio de modelo que llevó a la destrucción de la antigua cultura europea.

     Desde entonces, el traslado de la centralidad cultural occidental al otro lado del Atlántico después de la II Guerra Mundial y la cada vez menor relevancia de Francia en el propio contexto europeo han hecho que algunos movimientos generados en este país como el existencialismo y, sobre todo, el Nouveau Roman, no se hayan generalizado y por primera vez en muchos siglos hayan tenido una trascendencia meramente regional.