PAÍSES BAJOS: UN MODELO DE CONVIVENCIA FRUSTRADO

 

    La discontinuidad existente entre los Países Bajos del Renacimiento y los Países Bajos actuales tiene su mejor reflejo en la propia lengua castellana, en la que, frente al nombre de “Países Bajos”, utilizado para todos los dominios de Carlos V de los que aquí vamos a hablar, hoy en día al mucho más reducido Koninkrijk der Nederlanden (Reino de los Países Bajos) se lo designa simplemente como “Holanda”. De hecho, esta discontinuidad histórica, que políticamente solo fue superada durante 16 años (1814-1830), cuando las Provincias Unidas recibieron el resto de los territorios flamencos como recompensa por su implicación en las guerras contra Napoleón, se corresponde con una discontinuidad lingüística, administrativa, social y religiosa que tal vez pueda ser considerada una buena síntesis de la diversidad esencial europea y un compendio de sus limitaciones y de sus posibilidades.

    El punto de partida para la comprensión de esta entidad histórica de los Países Bajos como una de la regiones constituyentes de Europa es la creación del título de “Señor de los Países Bajos”, Heer der Nederlanden, por parte del emperador Carlos V mediante la Pragmática Sanción de 1549, que convertía a las 17 provincias de la desembocadura del Rin en una entidad unitaria dentro del inmenso conjunto de sus dominios. Debemos reconocer que esta unidad nominativa resultó fugaz y que nada quedaba de ella solo un siglo después de su creación pero sus orígenes remiten a la convicción de que esos territorios tenían mucho en común y las tensiones consecuentes a su disolución confirman esa percepción básica de unidad. Por ejemplo, en la segunda mitad del siglo XVII, la actual Holanda todavía se denominaba a sí misma “República de los Siete Países Bajos Unidos”, dejando claro que ellos mismos se consideraban solo una parte de unos “Países Bajos” mucho mayores.

    Carlos V reunió en esas 17 Provincias una compleja variedad de entidades políticas preexistentes. Entre ellas se incluían sobre todo territorios que durante la Edad Media habían tenido una administración autónoma dentro del Sacro Imperio Romano Germánico como el ducado de Luxemburgo, de lengua alemana y religión católica, junto a territorios ganados al mar en las costas de Frisia, de religión reformada y lengua neerlandesa, pujantes ciudades autónomas de mercaderes en la llanura de Flandes y señoríos enfeudados durante siglos a la corona de Francia como el Artois. En realidad, lo único que unificaba a estos territorios era su vinculación durante los dos últimos siglos de la Edad Media a los infructuosos intentos de la Casa de Borgoña por restaurar la lejana Lotaringia altomedieval como un estado independiente entre la Francia de los Valois y el Imperio alemán.

    Había sido durante el gobierno de los duques de Borgoña cuando las ciudades de los Países Bajos habían sido capaces de convertirse en una especie de réplica reducida de las grandes urbes comerciantes y financieras del norte de la península itálica como Florencia, Milán o Venecia. El desarrollo urbano de las grandes ciudades flamencas y brabanzonas como Gante, Brujas, Amberes o Malinas, que habían sabido explotar su situación geográfica estratégica entre París, Londres y el mar del Norte, así como sus contactos con el Mediterráneo, se había combinado con una relajación de los vínculos feudales en esta zona en litigio entre el Emperador y el rey de Francia. De este modo, aunque en la segunda mitad del siglo XV Carlos el Temerario no había sido capaz de conseguir su objetivo de convertirse en rey, sus herederos, los archiduques de Austria, mantuvieron su control sobre la zona permitiendo su desarrollo autónomo. La pintura flamenca, la artesanía manufacturera de la lana y de los tapices, el gótico civil de las grandes urbes gremiales, la universidad de Lovaina, fundada en 1425, incluso la existencia de grandes intelectuales como Erasmo de Rotterdam o Justo Lipsio manifiestan la pujanza cultural de los Países Bajos en la época inmediatamente anterior a su sublevación contra Felipe II de España.

    Sin embargo, a finales del siglo XVI esta paz de décadas que había permitido el desarrollo de los Países Bajos toca a su fin por motivos a la vez políticos y religiosos, difíciles de separar. Si durante el reinado del emperador no parece haber especiales dificultades para mantener un gobierno autónomo bajo el señorío de Carlos V, la llegada al trono de Felipe II complica las cosas. Por supuesto, existía desde mediados de siglo un conflicto religioso de difícil solución entre el gobierno católico y los súbditos reformados, pero no da la impresión de que esa hubiera de ser la razón ineludible de la ruptura. De hecho, los dos primeros ajusticiados por el Duque de Alba, los condes de Egmont y de Horn, eran ambos católicos, y siempre que desde España se autorizó una mayor autonomía política y administrativa, tanto con Margarita de Parma como con Alejandro Farnesio o con don Juan de Austria, se estuvo cerca de llegar a un entendimiento. Probablemente, el propio desarrollo cultural de los Países Bajos hacía inviable su permanencia en una corona española alejada, ajena y demasiado monolítica en torno a los dominios castellanos de los Hasburgo.

    En cualquier caso, el final de la Tregua de los 12 Años en 1621, puede considerarse el final de los Países Bajos en su configuración tradicional. Durante la Guerra de los 30 Años católicos flamencos y calvinistas holandeses se convirtieron en enemigos irreconciliables y acabaron por desarrollar modelos sociales muy diferentes. Las Provincias Unidas, calvinistas y republicanas, se volcaron en la conquista de su propio imperio colonial ultramarino mientras que el Frandes monárquico y católico, vio lastrado su desarrollo económico por el acoso francés y el bloqueo de sus comunicaciones con el sur de Europa. Basta comparar la pintura del flamenco Rubens, papista, señorial, de un Barroco luminoso, ostentoso y eclesiástico con la del holandés Rembrandt, anabaptista, urbano, de un Barroco tenebroso, íntimo y cívico, para darse cuenta de la gran brecha abierta ya a mediados del siglo XVII en estas tierras que durante un par de siglos se habían desarrollado unidas. [E. G.]