VENECIA: UN IMPERIO MARÍTIMO COMERCIAL
La ciudad de Venecia es el ejemplo más exitoso en la historia de Europa de un imperio mercantil basado en la autonomía municipal. En la actualidad, ese modelo de estado ha desaparecido casi por completo, con escasas excepciones residuales como Mónaco, pero en la historia política del continente la formación, desarrollo y consolidación de pequeños entes estatales independientes con un gobierno desarrollado a partir de las propias instituciones municipales y con una política exterior guiada por los intereses comerciales de una oligarquía, tuvieron una trascendencia fundamental a lo largo de toda la Baja Edad Media, sobre todo en los Países Bajos flamencos, la costa del Mar del Norte y las llanuras al sur de los Alpes. Nos referimos, por supuesto, a la amplia autonomía política y económica que a lo largo de la Edad Media consiguieron y conservaron ciudades como Gante o Amberes frente a los condes de Flandes y los duques de Borgoña, de la práctica independencia administrativa de los grandes puertos de la Hansa como Hamburgo o Lübeck en la Dieta del Imperio y, sobre todo, del proceso de creación de poderosas ciudades-estado en el norte de la península itálica como Génova, Florencia, Milán y Venecia. De hecho, la estructura política europea actual, con predominio de los estados nacionales, solo pudo desarrollarse por completo tras la eliminación o absorción de estas autonomías locales de gran tradición histórica.
En el caso de la Serenissima República de Venecia, su historia política particular abarca casi mil años de desarrollo independiente, desde el siglo IX hasta el XVIII. Fundada como una pequeña ciudad de refugio en el interior de una laguna en la parte más septentrional del mar Adriático, Venecia no se vio afectada directamente por las luchas entre el Emperador y el Papado que provocaron alteraciones políticas constantes en el norte de la península itálica durante buena parte de los siglos XI al XIII. De este modo, Venecia fue consolidándose como un puerto franco, seguro y cómodo, para el Imperio al sur de los Alpes, a través del cual el centro de Europa se aseguraba la comunicación con Oriente sin depender de los húngaros, los eslavos o los bizantinos.
De este modo, la política veneciana se desarrolló en dos direcciones. Por un lado, muy poco a poco llevó a cabo la creación de un dominio terrestre en torno al Adriático, los Domini di Terraferma, que a principios del siglo XVI se extendía desde los Alpes Julianos a los Dolomitas y ocupaba buena parte de la llanura lombarda. Por otro, creó un poderoso imperio marítimo por todo el Mediterráneo, estableciendo factorías comerciales primero y auténticas colonias después en Dalmacia, Albania, el Peloponeso, Creta, Chipre y Eubea. Este largo proceso de expansión mediterránea, que se prolongó a lo largo de los siglos XIII a XV, fue coronado con un éxito absoluto al imponerse no solo al resto de ciudades itálicas con intereses marítimos como Amalfi, Pisa o Génova, sino también al resto de potencias europeas con intereses comerciales en el Mediterráneo como Provenza, Aragón o Nápoles. De hecho, la República de Venecia solamente se vio frenada, ya en el siglo XVI, por el control que asumió el Imperio Otomano de la cuenca oriental del Mediterráneo al tiempo que España hacía lo mismo con el norte de Italia desde el ducado de Milán.
Durante esos siglos de auge y consolidación, en la época que media entre la IV Cruzada (1204), de la que los venecianos se aprovecharon para destruir el poder de Bizancio, y la batalla de Lepanto, en 1571, que puso fin al avance otomano sobre Europa, la Serenissima fue, ante todo, un imperio de comerciantes. Las grandes familias que ocupaban los cargos en el Consejo Mayor y, sobre todo, en la Signoria y entre las que se elegía el Dux –Cornaro, Contarini, Mocenigo, Loredano...- no pretendían anclar sus ancestros en la nobleza feudal de sus orígenes. Se reconocían como hijos de comerciantes enriquecidos que pretendían seguir enriqueciéndose para sus hijos. Con el tiempo, se llegó a crear una oligarquía gobernante, una auténtica plutocracia, cuyos intereses familiares se confundían con los del Estado, consistiendo ambos en la ampliación de los dominios terrestres y marítimos de la ciudad para proteger mejor los intereses comerciales de sus gobernantes. De este modo, en la época de mayor esplendor de la República, entre los siglos XV y XVI, Venecia llegó a convertirse en uno de los actores internacionales básicos en el mundo mediterráneo.
Esta época fue, al mismo tiempo, el momento de mayor esplendor cultural de Venecia. Ya en el siglo XV Venecia se convierte en uno de los principales focos de renovación cultural europea, primero con su característica reinterpretación del gótico civil en obras como el palacio del Dux o la Ca´ d´Oro y, luego, sobre todo, con su participación trascendental en la difusión del Humanismo y el Renacimiento. En este proceso tuvo un impacto especial la instalación de grandes empresas editoriales en la laguna a finales del siglo XV y, sobre todo, el trabajo de la imprenta de Aldo Manuzio, con quien trabajó, entre 1506 y 1509, Erasmo de Rotterdam, y de la que salieron entre 1490 y 1520 magníficas editiones principes de los principales textos clásicos, tanto griegos como latinos, fundamentales para el éxito del Renacimiento como movimiento intelectual por toda Europa. Este siglo XVI fue, además, la época de máximo esplendor de la producción artística veneciana con grandes escritores en latín e italiano como Andrea Navaggiero o Pietro Bembo, y sobre todo grandes pintores de talla europea como Giovanni Bellini, Giorgione, Tiziano e incluso El Greco, de origen cretense pero cuya formación pictórica tuvo lugar en Venecia. Por último, la Serenissima se convirtió también, gracias a una política de tolerancia religiosa excepcional en el ámbito católico, en un reducto de la libertad de pensamiento ya que allí nunca actuó la Inquisición ni se persiguió a las minorías religiosas como los judíos.
Aunque el imperio marítimo y comercial de Venecia se mantuvo casi inalterado en el tiempo durante 200 años, en realidad el descubrimiento de América y, sobre todo, la apertura de nuevas rutas comerciales con Extremo Oriente alrededor de África, implicaba la asfixia económica de la República a largo plazo. A pesar de ello, el status quo que los dirigentes venecianos fueron capaces de mantener con los turcos permitieron que se mantuviera un mínimo movimiento comercial a través del Mediterráneo suficiente para la supervivencia del estado. De ahí que, aunque siempre en retroceso, Venecia pudiera mantener su sistema político hasta el siglo XVIII e incluso en ese siglo, presentar una vitalidad cultural tan grande como para producir la renovación pictórica de Tiépolo, el genio musical de Vivaldi o la consagración literaria de Goldoni.
Finalmente, la reordenación política que Napoleón extendió por toda Europa a finales del siglo XVIII acabó con el gobierno de la Serenissima que, tras el Congreso de Viena pasó a formar parte del Imperio de los Habsburgo, antes de integrarse en el Reino de Italia . [E.G.]