TRÍADAS: 2.1.2 Seudónimos
Acaso nadie como el poeta portugués Fernando Pessoa haya sido tan consciente de hasta qué punto la utilización de un seudónimo -de un “heterónimo” en su caso, más radical- forma parte íntima del propio acto de la escritura. De hecho, en uno de sus poemas más famosos, “Psicografia”, intenta establecer el verdadero sentido de esa distancia que hay del escritor a su escrito, dando la vuelta a esa hipertrofia del “yo”, heredera del Romanticismo, que nos hace tan difícil separar en la literatura contemporánea la mera escritura de la persona que escribe: “O poeta é um fingidor / Finge tão completamente / Que chega a fingir que é dor / A dor que deveras sente.” Aunque a un nivel menos profundo, los escritores a los que en esta tríada vamos a seguir, encubiertos bajo el juego de sus seudónimos, nos van a hablar de tres posibilidades de mostrarse ante el mundo con personalidades distintas a la que el autor ocupa como persona. El seudónimo es un fingimiento o, tal vez, el fingimiento sea el nombre real.
El monje español fray Gabriel Tellez, nacido en Madrid en 1579, ingresó en la Orden de la Merced con algo más de 20 años y poco después, hacia 1612, ya era un escritor de piezas de éxito para los corrales de comedias. En una de las primeras, Don Gil de las calzas verdes, de 1615, la protagonista aparece en escena una y otra vez vestida de hombre, con ropa ajustada y las piernas al aire, técnica teatral tan atractiva para un público masculino como escandalosa para las autoridades civiles y, sobre todo, religiosas. Pero quien escribía esas comedias no era el fraile mercedario Gabriel Téllez sino un improbable Tirso de Molina.
Con obras como El vergonzoso en Palacio, La prudencia en la mujer o El burlador de Sevilla, Tirso fue uno de los seguidores de Lope de Vega con mayor éxito en el teatro español de la primera mitad del siglo XVII pero desde el principio, esta pasión por la literatura dramática -él mismo habla de unas 400 comedias suyas- le trajo problemas dentro de su orden. De 1625 data, por ejemplo, la petición que se eleva a las Juntas de Reformación del Conde-Duque de Olivares para que se intervenga en “el escándalo que causa un frayle merçenario que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con Comedias que haçe profanas y de malos incentivos y exemplos”. Varias veces se le desterró de la capital y otras tantas, pese a todo, Gabriel Téllez incumplió la orden de que Tirso de Molina dejara de escribir. Eso sí, cuando Tirso escribía para su orden, de la que llegó a ser cronista general, firmaba fray Gabriel Téllez, como en su Historia general de la orden de N.ª S.ª de las Mercedes, de 1639.
Amantine Aurore Lucile Dupin de Francueil, baronesa Dudevant, fue una joven francesa de buena familia que se movió a sus anchas por el París del siglo XIX, poniendo patas arriba las convenciones sociales de su tiempo y ganándose un prestigioso nombre de escritora con el seudónimo masculino de George Sand. En el caso de Aurore Dupin, la necesidad de hacerse pasar por hombre le venía impuesta tanto por el hecho de ser mujer como por pertenecer a la clase alta. De hecho, la publicación de su primera novela, en 1831, solo fue posible tras separarse de su marido. Fue escrita a medias con el que entonces era su amante, Jules Sandeau, y firmada con el seudónimo común de J. Sand. Al año siguiente, sin embargo, su primer éxito editorial, Indiana, ya era solo suyo y aparecía con el “nom de plume” que la haría famosa, G[eorge] Sand.
En el caso de Aurore Dupin el seudónimo masculino vino acompañado, además, del uso de vestimentas y usos sociales también varoniles. Este "disfraz" permitía a George Sand moverse con una mayor libertad por París y acceder a ambientes en principio negados a una mujer de su condición. Pero en la primera mitad del siglo XIX, este comportamiento, al igual que la relajada moral sexual de la escritora, eran prácticas muy excepcionales, que hicieron que hubiera de renunciar a buena parte de los privilegios que le correspondían por su posición social. Por contra, George Sand fue la única de las escritoras europeas de la primera mitad del siglo XIX que pudo vivir de lo que escribía y uno de los autores más populares de su tiempo. No solo hizo de su seudónimo un reclamo efectivo para un determinado tipo de lectores a los que atraía su estilo claro, crudo y sentimental sino que, no por casualidad, cuando hacia 1860 Mary Ann Evans, en Inglaterra, comience a publicar sus primeras novelas elegirá también el nombre de George [Eliot] como seudónimo.
Un siglo después de que Aurore Dupin adoptara el seudónimo de George Sand, la también aristócrata Karen Blixen decidió convertirse en Isak Dinesen. La baronesa Karen Christenze von Blixen-Finecke, miembro de una familia de la baja nobleza danesa, para cuando comenzó a publicar ya había dejado atrás la parte más llamativa de su vida, su lamentable matrimonio con su primo Bror y el intento frustrado de sacar adelante una explotación de café en la Kenia colonial inglesa. Allí había vivido desde 1914 hasta 1931, año en el que se deshizo de la granja al mismo tiempo que moría en accidente de aviación su amante, el aventurero inglés Denys Finch Hatton, inmortalizado en el celuloide por Robert Redford.
De regreso a la residencia familiar de Rungstelund, cerca de Elsinor, Karen Blixen volvió a dedicarse a la escritura. Había comenzado a publicar muy joven algunos cuentos en periódicos daneses con el seudónimo de Osceola, el nombre del perro de su hermano, y en 1933 ya tenía lista una pequeña colección de narraciones cortas, Nueve cuentos góticos, que publicó en inglés con bastante éxito al año siguiente en EE.UU. Por supuesto, la baronesa von Blixen no tenía en su época la misma necesidad que la baronesa Dudevant de ocultar su nombre y su condición femenina para publicar. Sin embargo, prefirió utilizar esta vez un nombre masculino y su apellido de soltera, Isak Dinesen. Parece claro que para ella era muy importante ocultarse tras un seudónimo y, cuando durante la II Guerra Mundial escriba su única novela de ficción, Angélicas vengadoras, todavía utilizará otro, Pierre Andrézel. Nueve cuentos góticos tuvo una buena recepción en EE.UU así que muy poco después, en 1937, esta vez en danés y en Dinamarca, Isak Dinesen dio a la imprenta la obra que ha hecho inmortal a Karen Blixen: Memorias de África. [E. G.]