TRÍADAS
3.3.2. Exiliados
“Mas ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, / sino seguir siempre adelante”. Estos versos pertenecen al poema “Peregrino” y al libro Desolación de la Quimera, escrito por el poeta español Luis Cernuda a finales de los años 50. Para entonces el escritor llevaba ya veinte años fuera de España, forzado por sus ideas políticas y por su propia condición personal a un definitivo exilio tras el triunfo de los fascistas en la Guerra Civil española. Lejos de su patria, Cernuda renuncia al regreso: su vida será un “siempre adelante” y, de hecho, el poeta sevillano no regresaría nunca: sus restos reposan aún hoy en Ciudad de México. No ha sido esa, sin embargo, la idea habitual entre los muchos escritores europeos que se han visto obligados a huir de sus lugares de origen por motivos ideológicos o, simplemente, para salvar sus vidas. Muy al contrario, como vamos a ver en la tríada siguiente, su permanente deseo ha sido siempre volver, volver cuanto antes, volver como sea.
Quien mejor representa esta voluntad de regreso a toda costa es también quien más se involucró en política, Dante Alighieri, a quien se puede considerar en cierto modo un político de oficio de su Florencia natal. Desde joven tomó partido por uno de los dos bandos que se disputaban el poder en la Italia de su tiempo, el partido de los güelfos, que apoyaba al papado frente al emperador, y que se hizo con el poder en Florencia en 1289. Sin embargo, entre los propios güelfos había dos “sensibilidades”: los “blancos”, a los que pertenecía Dante y que le llevaron al poder en 1300, y los “negros”, que se lo disputaban.
Durante un viaje de Dante a Roma, los “negros” dieron un golpe de estado, se hicieron con el control de Florencia y decretaron el destierro perpetuo de Dante. Pero el autor de la Divina Comedia no se resignó a su derrota ni aceptó nunca llegar a acuerdos con sus enemigos. Por el contrario, durante varios años fue vagando de ciudad en ciudad reuniendo a su alrededor a otros exiliados con la idea de retomar el poder en Florencia por la fuerza. Pero todos los intentos de Dante por entrar de nuevo triunfante en su ciudad, apoyándose incluso en sus enemigos gibelinos y el emperador germano fueron en vano. Por el contrario, sus compatriotas no solo ampliaron su destierro con la pena de muerte sino que extendieron esta a sus propios hijos.
Dante nunca regresó a Florencia ni vivo, ni muerto. Murió años después en Rávena, a donde se había retirado finalmente para terminar su Divina Comedia, y allí fue enterrado. Cuando décadas después Florencia le perdonó por fin su traición, los frailes que custodiaban su tumba escondieron los restos del poeta para salvaguardarlos y todavía hoy siguen en Rávena. Su gran tumba en la basílica de la Santa Croce de Florencia está vacía.
Muy diferente ha sido el destino de Adam Mickiewicz, el poeta polaco por excelencia. Mickiewicz había nacido en el Gran Ducado de Lituania en el año 1798, solo tres después de que lo poco que quedaba de Polonia fuese también repartido entre Prusia, Austria y Rusia. Desde muy joven el poeta se implicó en asociaciones culturales y políticas que buscaban recuperar la independencia de su país. Este compromiso político y la política represiva del gobierno ruso le obligaron a marchar al exilio a los 31 años. Poco después, Mickiewicz se instalaba definitivamente en París, donde dio clases en el Collège de France, mantuvo una numerosa familia y vivió el resto de su vida. Sin embargo, desde Francia nunca dejó de implicarse en todos los movimientos de liberación de Polonia, apoyando las sublevaciones armadas de 1830 y de 1848.
Cuando ya tenía casi 60 años, durante la Guerra de Crimea que enfrentó a turcos, franceses y británicos contra el Imperio Ruso en 1855, Mickiewicz creyó ver llegada la hora de la independencia. Por ello, se trasladó a Constantinopla para organizar un batallón de polacos que pudiera intervenir en el conflicto. Pero Mickiewicz no solo fracasó en su intento sino que enfermó, al parecer de cólera, y pocas semanas después, moría en la capital del Imperio Turco.
Los restos de Mickiewicz fueron trasladados a París y solo décadas después, en 1890, pudieron ser enterrados en tierra polaca, en la catedral de Cracovia, entonces austriaca, en la cripta de los grandes poetas nacionales. Polonia no recuperó su independencia hasta 1918 pero para entonces Adam Mickiewicz ya era considerado uno de los mayores poetas de su patria. Ironías del destino, el traslado forzoso de fronteras que siguió al final de la II Guerra Mundial hace que hoy en día el lugar de nacimiento del poeta nacional de Polonia esté en Bielorrusia.
Pero si en algún momento la historia literaria europea ha sabido de exilios ha sido en el siglo XX: Nabokov, Tsvietaieva o Brodsky de la URSS, Cernuda, Alberti o Sender de España, Zweig y Roth de Austria, Döblin de Alemania, Gombrowicz de Polonia, Celan de Rumanía, Pound de EE.UU... Podríamos mencionar decenas de nombres pero de entre todos ellos seleccionamos aquí a Bertolt Brecht, acaso el único que se vio obligado a exiliarse tanto de su país natal como de aquellos otros en los que había buscado refugio.
Brecht, de ideología comunista, se había convertido, a lo largo de los años 20, en uno de los creadores de mayor prestigio en el mundo cultural berlinés y, al mismo tiempo, en uno de los principales críticos del ascenso nazi. Por ello, tras la toma del poder por Hitler en 1933, solo un día después del incendio del Reichtag, Brecht decidió marchar al exilio. Los nazis prohibieron y quemaron sus obras y él fue privado de la nacionalidad alemana.
Instalado sucesivamente en Dinamarca, Suecia y Finlandia, Brecht siguió escribiendo y haciendo representar piezas teatrales antifascistas de gran éxito en toda Europa. Pero el estallido de la II Guerra Mundial y la ocupación de Noruega por los nazis hicieron que Brecht volviera a temer por su vida y decidiera trasladarse lo más lejos posible, a los EE.UU., pensando trabajar para los estudios cinematográficos de Los Ángeles. Sin embargo, su trabajo en California no solo no tuvo éxito sino que en 1947 fue investigado por el Comité de Actividades Antiamericanas, que sospechaba de su pasado comunista. Así que, de un día para otro, Brecht hubo de volver a hacer las maletas, esta vez de regreso a su país natal, entonces dividido entre los vencedores. De hecho, vivirá los pocos años que le quedaban de vida en la zona rusa, convirtiéndose en la principal figura cultural de la Alemania comunista, la RDA, al mismo tiempo que se le prohibía la entrada en la RFA capitalista. [E. G.]